“Julio es un trabajador del barrio del Bronx. Cada noche después del trabajo, se baja del metro una parada antes de su casa, para cenar algo en su restaurante favorito. Una noche, bajó del metro, y en el andén que estaba vacío, un joven le amenazó, pidiéndole dinero. Julio simplemente le dio su cartera y le dijo, “Aquí tienes”. Mientras el adolescente comenzaba a alejarse, Julio le gritó: “Hey, olvidas algo¡¡… Si vas a estar robándole a la gente toda la noche, necesitarás mi abrigo para no pasar frío”. El chico le miró sorprendido y le preguntó por qué estaba haciendo eso. A lo que él le contestó: “Creo que, si estás dispuesto a arriesgar tu libertad por unos cuantos dólares, realmente debes necesitar el dinero”. Entonces, le invitó a cenar. En la cena, Julio sorprendió al adolescente con su amabilidad con todo el personal del restaurante. Al final de la comida, Julio miró al chico y le dijo, “Bueno, tendrás que pagar tú, por qué tienes mi cartera”. Los dos rieron. Julio pagaría la cena si le devolvía la cartera. Sin dudarlo, se la devolvió inmediatamente. Al final de la velada, cuando estaban a punto de marcharse, Julio le ofreció 20 dólares y le pidió algo a cambio: el cuchillo. ¡Te lo compro!, le dijo. También sin dudarlo, se lo entregó. (Google: Semillas Solares)
En esta sencilla historia, que puede ser el relato real de cualquiera de nosotros, en escenarios diferentes, se pone de manifiesto una de las grandes virtudes del ser humano: la compasión. La compasión es una bella emoción que nos permite comprender y accionar ante lo que viven y sufren otras personas. Es una palabra que viene del latín y que literalmente tiene un significado muy poderoso: “sufrir juntos”.
Es fácil confundir la compasión con la empatía, que no es más que la capacidad de ponernos en los zapatos de los otros y entender su sufrimiento, a través de la comprensión de sus sentimientos y pensamientos. Allí, en la empatía solo queda reflejada nuestra capacidad de entendimiento ante lo que se vive. En el caso de la compasión, debemos ir un poco más allá. No basta sólo con comprender el sufrimiento de los otros. Es necesario accionar, de la manera como podamos, en la búsqueda de una solución a ese sufrimiento. Es trabajar con nuestras capacidades para evitar de alguna manera que se mantenga esa situación negativa a través de una acción compasiva. Es acompañar, acompasar y vivir la situación, en la búsqueda de opciones de cambio. Para actuar desde la compasión no necesitamos tener recursos en exceso, solo basta entender al otro y compartir con él lo que esté en nuestra capacidad de acción.
Reflexionando un poco con lo que nuestro mundo vive en la actualidad, gracias a la pandemia, sus derivaciones y todo el revuelo que ha ocasionado, producto de las corrientes en pro y contra, me encontré en internet con una imagen que me llevó a reflexionar sobre otros temas, tal vez de mayor profundidad y que no hemos abordado como civilización, de la manera correcta y en donde la compasión juega un papel fundamental. Desde hace muchísimos años, existe una epidemia monstruosa en el mundo que acaba con millones de vidas cada año, sobre todo de niños y adolescentes, en países y comunidades, sin importar sus niveles de desarrollo. Me refiero a la pandemia del hambre. Actualmente, según el Programa Mundial de Alimentos, existen en el mundo más de 925 millones de personas en situación de desnutrición y hambre. Muchos de ellos víctimas de guerras o desastres naturales, y otros, tal vez más cercanos, víctimas de situaciones políticas y sociales que los han desbordado sin capacidad de respuestas y reacción.
No pretendo encontrar soluciones globales a este tema. Tal vez si los gobiernos del mundo hubiesen atacado la hambruna como lo han hecho con el Covid, ya estuviese mermada. Tampoco intento profundizar en políticas públicas que mejoren las condiciones del ser humano. No sé cómo manejar el hecho de ver a restaurantes y locales de comida que prefieren botar toneladas de alimentos por mantener un procedimiento y cifra de balance en merma, sin importar cuánta hambre saciaría con esos recursos. Se lo dejamos a aquellos que pretenden liderarnos y responsabilizarse de esos menesteres.
Me propongo reflexionar acerca de lo que tú y yo como individuos podemos hacer. También es inhumano el que nosotros en nuestros hogares despilfarramos de manera consciente insumos necesarios para otros. Tal vez lo que nos falta es mirar. Mirar más allá de nuestro hogar y encontrar gente que necesita un poco más. Si afinas la mirada los encontrarás, no importa donde estés, recorriendo los basureros en búsqueda de algún mendrugo. Entonces allí podemos colaborar. Seleccionando nuestros alimentos, separando la comida de sobra y compartiéndola de una manera digna. Colaborando con la iglesia o instituciones civiles que brindan apoyo a los necesitados. Cuando vayas de compras, piensa en ellos y en lo que puedas compra dos en vez de uno y dónalo. Así pasaremos del pensamiento a la acción, con nuestro grano de arena.
Compartamos algo más que un sentimiento. La empatía es buena pero la compasión ayuda. Colaboremos en acciones que hagan de la compasión una manera de vivir y ser. Siempre encontraremos a alguien que necesita más que nosotros, por más que tengamos poco.
“Si quieres que los demás sean felices, practica la compasión. Si quieres ser feliz, practica la compasión” Dalai Lama
Saludos
Arnaldo García Pérez
@arnaldogarciap
www.arnaldogarciap.blogspot.com
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