Vamos mejorando. De momento, nadie ha atribuido la erupción del volcán en La Palma al cambio climático. Y aún hay más: la vicepresidenta Yolanda Díaz condenó los beneficios “groseros” de las empresas; es un progreso, porque los fascistas, comunistas y demás antiliberales siempre habían asegurado que esos beneficios eran “obscenos”. Ahora bien, algo no cambiará a mejor, sino que se estancará: cualquier crisis económica será siempre atribuida al capitalismo. Lo estamos viendo con la sacudida de la inmobiliaria china Evergrande.
Los comunistas mandamases de Pekín abandonaron la práctica habitual de robar y asesinar a millones de trabajadores hace medio siglo, con el resultado de que los ciudadanos, dada la menor hostilidad de los poderosos, se pusieron a trabajar y lograron la notable prosperidad registrada por el país desde entonces. Hasta que empiezan los problemas, y entonces es cuando la dictadura china encuentra el viejo chivo expiatorio: el capitalismo. Después de todo, es lo mismo que han hecho los gobernantes democráticos en los países capitalistas, secundados y jaleados por el coro que despotrica contra las empresas, el capitalismo y el liberalismo, desde cátedras, púlpitos y tribunas sin fin.
En Occidente es poco frecuente que se expliquen las crisis por el intervencionismo de los gobernantes, en particular las autoridades monetarias y fiscales. ¿Por qué iban a hacerlo los chinos? Después de todo, se han encontrado en una situación similar a la de las crisis capitalistas: grandes empresas muy endeudadas que quiebran o amenazan con dejar de pagar. Lógicamente, la culpa es suya, roñosos capitalistas, y nunca de los bancos centrales que inundan todo de liquidez con tipos de interés artificialmente reducidos a cero, o incluso menos.
Ayer mismo decía la columna LEX del Financial Times que el porvenir de Evergrande era más bien oscuro, mientras que el Wall Street Journal pensaba que el gobierno chino no rescataría a la inmobiliaria, como ha hecho con otras empresas: posiblemente sea “demasiado grande para caer”.
No es probable, esperemos, que los comunistas impongan otra vez los campos de concentración, una de sus señas de identidad clásicas, pero sí lo es que recorten aún más los derechos y las libertades, en nombre de la igualdad y la justicia social. Y para proteger al pueblo frente al malvado capitalismo.
Lo de siempre. Pero ya advirtió Ortega sobre los que recomiendan el retorno de lo que fue la causa del trastorno.
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