Nos acostumbramos a ser malos perdedores, no queremos aceptar que en algo fallamos para no ganar.
¡Fraude! Gritan políticos y seguidores que no lograron convencer lo suficiente.
Perdiendo por mucho o por poco igual lo gritan.
Cuando crecí, en la Venezuela democrática por supuesto, no recuerdo tanto lamento por perder elecciones, se perdía con dignidad, el político se respetaba a sí mismo y también respetaba a los demás, se cumplía la norma. O sea, trampas y jugarretas habían pero fraude… fraude no.
Cuando Gonzalo Barrios perdió frente a Rafael Caldera, en aquella elección presidencial del año 1968 fue apenas por treinta mil votos (32.906 votos para ser más preciso) de una población votante de 3.999.617 electores. O sea, la cosa estuvo muy ajustada. Por supuesto por un tiempo y hasta que se contó el último voto no había nada seguro, pero nadie saltó histérico a anunciar que fue estafado. Con dignidad cada candidato esperó el resultado final y con la humildad del caso aceptó la derrota uno y la victoria el otro.
La gente continuó confiando en el sistema electoral; que por cierto, es la única manera de solucionar diferencias políticas en un país.
Toda, absolutamente toda diferencia política debe pasar necesariamente por elecciones, y para ello el sistema debe ser confiable y auditable para el que tenga dudas, desde antes del comienzo del proceso hasta mucho después del anuncio del ganador.
En un sistema totalitario sabemos que las elecciones suelen ser manipuladas a conveniencia del dictador, ya que de lo contrario entonces no sería dictador.
Es la sociedad la que debe buscar la manera de hacer confiable el conteo de votos, debe vigilar que los que dicen van a votar sean los que de verdad voten, que los que van no sean llevados bajo amenaza, coerción ni chantaje, que los proponentes lleguen por igual a todos los votantes; o sea, que la campaña electoral sea justa, igualitaria.
Si nada de lo arriba mencionado se cumple simplemente no será una elección, será circo para el público de galería, generalmente para esa galería foránea, a la local la suelen tener controlada.
Hay “elecciones” en países con resultados grotescos, con hasta 96% de votos a favor del, por lo general, tirano. Existen otros regímenes que disimulan un poco y dan un poco de más margen a los adversarios, pero garantizándose que ni de vaina la dictadura pierda.
Recientemente en la época contemporánea se acostumbra muy fácilmente denunciar que hubo fraude, algunos lo hacen desde antes de convocar las elecciones, otros durante, pero los peores son los que lo hacen cuando el resultado no les da, pero que son incapaces de demostrar.
Así sucedió en Venezuela cuando aquel RRP contra Hugo Chávez que la mayor parte de la oposición política salió a gritar que fuimos estafados, que lo demostrarían y al final nada pasó.
Nos quedamos con la idea que nos robaron pero no pudimos demostrarlo. Y fue allí donde comenzó la duda sobre la democracia, o sea sobre quien cuenta los votos.
Y no hay cosa que más beneficie a las dictaduras que el contrario se dé por perdido antes de competir.
Hoy pienso, que de haber un verdadero y masivo fraude comienza allí… en la siembra de la duda, en ese efecto que desestimula a la gente en ir a votar.
El que no cree o no quiere creer en el que organiza, en aquel que justifica la pre-derrota y entonces no exige, no lucha porque las elecciones sean como deben ser, ese es el eterno perdedor.
Es la manipulación al pensamiento, he allí que el elector se convierte en el fracasado, ya que justificándose en una trampa no lucha, no exige para que la norma honesta, la correcta eleccionaria se cumpla a cabalidad.
El que de antemano se rinde ante el supuesto fraude es verdaderamente el fracasado.
El que cultiva la idea de la imposibilidad del cambio es no sólo el mayor cómplice de la dictadura, es el ser más lastimoso que renuncia a lo que suele exigir a los demás, reclama a otros la valentía que él no tiene, que predica y exige pero que no practica. Es aquel que por intereses, flojera o cobardía no participa en la conquista del escenario equitativo para unas elecciones como deben ser.
Mientras más se grite fraude y se aparten de la vigilancia, del trabajo de calle más fraude si habrá.
El que grité fraude que lo demuestre, y si la dictadura no lo permite, entonces más hay que aferrarse a la democracia exigiendo el derecho a la auditoría y al control.
Yo alguna vez también grité fraude, pero aprendí.
¡Allí les dejo eso!
Gonzalo Martín
IG / TW: @gmartin1961
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