Más. Los anhelos del hombre en su pura esencia es siempre obtener más; más poder, más bienes, más conocimiento y más reconocimiento; más bienestar y más felicidad. No es una cualidad negativa, por el contrario, otorga un propósito, y tener un propósito es la raison d’être de los humanos. O esto es lo que el hombre decide creer para confortar la ausencia de respuestas. Debe haber un propósito, un sentido en el todo, el humano es curioso y pretende comprender las razones de la existencia de la realidad y cada elemento dentro de ella, incluyendo su propia existencia. Porque qué anticlimático sería ser sólo la consecuencia de millones de años de evolución, un organismo más, un animal que eventualmente volverá a evolucionar o será extinto y olvidado. El hombre es orgulloso y personalista por lo que decide buscar un sentido a su existencia que justifique su importancia, así, se conciben las religiones y las ideologías como refugio, porque creer en algo es mejor que creer en nada.
Pero la humanidad es consciente, y ese pequeño factor justifica nuestra existencia. Fuimos creados para esencialmente creer, entender y expandir nuestro conocimiento. Así, en ejercicio del propósito humano y en búsqueda de la razón se formaron las ciencias, cuyo objetivo es encontrar información sobre cierto objeto. Existe una amplia variedad de ciencias, se atreve a declarar que es imposible reconocerlas todas; es posible clasificarlas en grupos, como ciencias particulares y ciencias sociales, pero al final, todas las ciencias buscan lo mismo, información que posibilite el entendimiento de un objeto.
Así, se puede exponer que la filosofía es una ciencia, y su objeto de estudio es la realidad, su propio nombre en griego lo indica: amor a la sabiduría; busca entender el porqué de todas las cosas y entre estas, el comportamiento humano. Del mismo modo, no existe una determinada teoría filosófica que delimite a los seres humanos, cada filósofo desde el inicio de los tiempos hasta la actualidad, cada persona pensante ha tenido su propia concepción del hombre, sus intereses, sus motivaciones y su propósito, naturalmente se han realizado estudios antropológicos, psicológicos, neurológicos, sociológicos y muchas ciencias más, que responden ciertos comportamientos, instintos, cualidades y desviaciones del cerebro humano, sin embargo, es refrescante la diversidad de proposiciones que todavía se siguen originando, pues implica que somos más complejos de lo que un estudio puede explicar y de lo que los propios humanos podemos entender.
Algunos filósofos plantean que el hombre es malo por naturaleza, como Thomas Hobbes quien afirma que sólo la estancia del mismo en la sociedad, subordinado a un poder superior que lo atemorice, es lo que controla su afán de violencia. Otros, como Jean-Jacques Rousseau proponen lo contrario, el hombre es bueno por naturaleza, amante de la justicia y del orden, y es la propia sociedad quien lo pervierte. Es por esto que no se puede hablar de una dicotomía en el pensamiento humano. El hombre es mucho más que sólo bueno o malo, egoísta o altruista, de izquierda o de derecha. Si bien pueden existir factores neurológicos que influyan en la decisión de ser bueno o malo, es una decisión individual que se toma diariamente, pues ¿qué es una ley en comparación con el libre albedrío? Existen personas que cumplen las normas jurídicas y sociales porque hacer el bien es una cualidad intrínseca de su comportamiento, pues es su propia moral quien los obliga; hay otros que obedecen las normas porque deben y sienten la obligación social, y hay individuos que simplemente no las acatan, pues tienen la idea de que sus necesidades y libertades son superiores a lo establecido por la ley. Sin intención de presentar una disposición controvertida, es importante aclarar que seguir la ley no es equivalente a ser una buena persona, al igual que desacatarla no siempre disminuye la moral de aquel que lo haga; la legalidad no iguala lo correcto, pues, a lo largo de la historia y durante el presente contexto han existido legislaciones que comprometen directamente la integridad de grupos de personas, como las Leyes de Núrenberg durante la Alemania nazi, donde la discriminación antisemita era la norma, o la pena de muerte como castigo a ciudadanos homosexuales todavía vigente en cinco países del mundo.
La moral es un concepto relativo, pues entre una diversidad de disposiciones, existen aquellos creyentes que interpretan la palabra de sus dioses -quienes son el máximo exponente de sabiduría- de manera que deba ser multiplicada y profesada por todas las personas, incluso si se debe coaccionar de manera violenta, véase la Inquisición o conflictos basados en el Yihad, entre algunos ejemplos. Se pretende que, el impartir estos dogmas en los herejes se está realizando el mayor acto de bondad. Pedro Abelardo expuso una concepción donde se plantea que son las intenciones del individuo las que definen el bien o el mal, no sus acciones en sí. Del mismo modo, Aristóteles planteó que todas las acciones del hombre son realizadas en vista de lo que el mismo considera como bueno, pues, como se mencionó al inicio, la moral es relativa. Es importante destacar una reflexión personal, la cual es la consideración
del respeto por la integridad de otras personas, sin distinción alguna, una cualidad inherente de la bondad.
Ahora bien, existe una diversidad de disciplinas cuyo fundamento es la bondad, como la medicina y la educación, que buscan hacer el bien en sus respectivas funciones. Sin embargo, se puede atrever a considerar la política como la mayor disposición del bien, la disciplina de la bondad, pues la finalidad teórica de esta es lograr el bien común. Una definición precisa es la de Maquiavelo en su obra “El Príncipe”, donde decreta que la política es la técnica del uso del poder; Asimismo, Aristóteles concibe que la comunidad política debe abrazar todo lo relacionado a ella sin exclusión de ciertos objetos. De aquí se puede contemplar que la política es el servicio público a través del poder, con el único objetivo del bien común, el cual no puede ser segregado. Así, se entra en el tema de la función política, el cual puede ser explicado desde un enfoque filosófico a través de La República de Platón.
Entre los temas tratados en la obra de Platón, se encuentran la sociedad, la justicia, la ética y la sabiduría como fundamentos de la política. El primer elemento mencionado, la sociedad, naturalmente es la base y el fin de la política; es por la convivencia y el bienestar de esta asociación que se crea un Estado, leyes e instituciones. Platón plantea las características de una sociedad ideal, donde ésta es dirigida y protegida por guardianes, quienes son guerreros formados en filosofía, historia y valores patriotas, lo cual garantizaría la defensa y desarrollo del Estado. La justicia, por otro lado, es defendida desde dos posiciones opuestas, la de Glaucón y la de Sócrates. El hermano de Platón, Glaucón, establece que la justicia es respetada por el hecho de que existen consecuencias de no acatar las normas, y que el hombre más fuerte sometería al más débil si se le presenta una ventaja; Glaucón lo ejemplifica a través del mito del Anillo de Giges, el cual trata de un pastor que se encuentra con un anillo que lo vuelve invisible, otorgándole el suficiente poder para acabar con sus enemigos, destronar al Rey, casarse con la Reina y poseer la soberanía del reino. De aquí se genera una incógnita relacionada con la bondad, mencionado previamente, y la maldad; ¿Cuál es el principio de la justicia? ¿Las intenciones o las consecuencias? Naturalmente, cada acción tiene un efecto, e independientemente de los propósitos de estas acciones, podrán tener resultados positivos o negativos; ¿Es válido tomar un curso de acción controvertido si esto significa un eventual beneficio general, tal como Maquiavelo afirma “el
fin justifica los medios”; del mismo modo que un propósito benevolente puede terminar resultando de manera perjudicial, pues el infierno está lleno de buenas intenciones? La justicia para Glaucón, son las consecuencias bondadosas del hombre, aun cuando no tenía la intención de obtener este resultado, pues no considera que la justicia sea algo inherente a la personalidad humana, sino una disposición de obediencia, debido a que el hombre considera la injusticia más ventajosa a nivel personal que la justicia. Sócrates, en oposición a este argumento, manifestó que era la ignorancia lo que conllevaba a las malas acciones del hombre y no su propia naturaleza, pues el conocimiento es el fundamento de la virtud.
Este pensamiento se puede complementar con el Libro VII de la República, llamado la Alegoría de la Caverna, la cual representó la ignorancia como la cueva donde la humanidad está atada, y sólo el conocimiento puede significar la verdadera liberación del hombre. No se puede negar que lo más inteligente que un ignorante puede hacer es, en efecto, ignorar, pues la ignorancia equivale a la felicidad, y mientras más conocimiento se adquiera, más dudas se originan, más hechos son incomprensibles y se tornan inexplicables; mientras más conocedor se haga el hombre, mayores son las posibilidades de desilusión y cinismo ante la sociedad y se cuestiona su propio rol en ella; la verdad deja de ser superficial, y la zona de confort se desvanece, eliminando también el sentido de pertenecer dentro de una colectividad. Si bien el conocimiento es liberador, al obtenerlo, existe la responsabilidad individual de aceptar una nueva realidad, un mundo exterior ajeno al conocido, el cual crece proporcionalmente en relación con los nuevos aprendizajes. Es por eso que es necesario realizar una distinción entre conocimiento y sabiduría; el conocimiento, como lo indica su nombre, es conocer sobre algo, la sabiduría es la prudencia con la que se usa ese conocimiento.
De aquí nace el concepto del gobernante idóneo de una República utópica de acuerdo a Platón: el Rey Filósofo. Aquel que posee conocimiento y es sabio al emplearlo, pues entre la diversidad de ciencias en las que está formado se encuentra la filosofía. El Rey Filósofo es un ser racional, virtuoso e intelectual, cuyo único objetivo es el bien de su nación; este debe estar preparado física, mental y espiritualmente de manera excelente, ya que no todos los hombres poseen la capacidad de dirigir correctamente.
La visión de la democracia entra en conflicto con el Estado Ideal, de hecho, se puede plantear que Sócrates y Platón desacordaban con la misma a pesar del nacimiento de ella en Atenas.
La democracia, el gobierno del pueblo, es un concepto romántico y por ende problemático. Al igual que se plantea que no todos los hombres están capacitados para gobernar, tampoco poseen todos la aptitud de elegir sabiamente a quien se le otorgue el poder, o esto consideraba Sócrates. En la caverna, las sombras significan aquello que lo que las producen quieran dar a entender; tienen el poder de alterar la percepción de la realidad. Lo mismo pasa en la sociedad, cuando esta no está iluminada, cualquier hombre lo suficientemente ingenioso puede ser elegido para gobernar. La línea entre la democracia y la demagogia es delgada, y en pueblos adormecidos en las sombras, es la última mencionada la forma más fácil de obtener el poder. Es por esto que la aristocracia surge como el sistema político idóneo para Platón. El gobierno de los mejores según su etimología, contemplado en el Estado ideal de Sócrates, dirigido por individuos de sobresaliente conocimiento, virtud e intelectualidad, se establece como el único modelo de gobierno eficiente en su objetivo, el cual es el bien común, según estos pensadores antiguos. En la actualidad presenta un argumento controversial, pues en la mayoría de los países del mundo son los Estados democráticos de Derecho la norma, donde los ciudadanos tienen el derecho de elegir personalmente al líder que consideren, además que el sistema aristocrático, como cualquier otro modelo político, presenta desventajas como la posibilidad de desvirtuarse ante la ambición natural del hombre o el origen de su antagonista, la oligarquía.
El presente ensayo se realizó con ningún otro fin que proveer un análisis personal de la sociedad, la cual, si bien ha evolucionado tecnológicamente, mantiene ciertos rasgos instintivos en común con las sociedades antiguas, como el interés del hombre, la ignorancia colectiva, y la búsqueda de un propósito. No hay nada más que agregar, que la necesidad de educar en ciencias, particulares y humanas, para que cada individuo sea consciente de su realidad, de modo que la sabiduría se convierta en una cualidad compartida, y cada elección conserve la prudencia como fundamento.
Por Valeria Barroeta
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