El 2020 no ha sido un año fácil para Chile. Las revueltas sociales iniciadas el pasado octubre, junto con la reciente emergencia sanitaria por la llegada del COVID-19 a nuestro país, han abierto las puertas a la incertidumbre, la desconfianza y la polarización ideológica entre sus ciudadanos. Escenario perfecto para que la información falsa y tendenciosa que circula por las redes sea difundida con mayor facilidad, generando importantes heridas en una ya dividida sociedad, extremando aún más los efervescentes ánimos y dificultando la posibilidad de llegar a consenso entre las partes.
No estamos ante un fenómeno nuevo, la desinformación en la era digital ya ha disparado las alarmas a nivel global sobre su alcance en pos de deteriorar las dinámicas políticas, económicas, diplomáticas y sociales de diferentes países. Para el 2016 el diccionario de Oxford llegó a nombrar “posverdad” como la palabra del año.[1] En efecto, ha decaído la responsabilidad individual a la hora de compartir información, privilegiando las emociones por sobre los datos duros a la hora de forjar la opinión pública. En este escenario, nace la interrogante de si Chile está preparado para buscar soluciones a estas crisis en unidad o si, por el contrario, terminarán por predominar las narrativas extremistas y con información sesgada.
La enorme cantidad de información que circula día a día por el mundo digital sería comparable con una inundación donde lo primero que escasea es el agua potable.
En palabras de Iñaki Gabilondo,[2] la enorme cantidad de información que circula día a día por el mundo digital sería comparable con una inundación donde lo primero que escasea es el agua potable.[3] Esta falta de “información potable” obliga a tener una conversación sensata sobre los riesgos que la desinformación en la era de internet representa. ¿Qué es una noticia falsa? ¿Por qué se difunden tan rápido? ¿Son peligrosas? ¿Podrían convertirse en una amenaza para nuestras democracias? Por último, se hace imperativo que desde la ciudadanía se haga un esfuerzo extra en ser rigurosos a la hora de divulgar contenido en la web, utilizando de forma responsable y cauta la información que circula a través de las redes.
No existen soluciones obvias ni tampoco un camino fácil. Sin embargo, nuestro futuro está condicionado por cómo decidamos enfrentar este inescrupuloso fenómeno.
Anatomía de una fake news
Las limitaciones del Estado de Chile para manejar la crisis por culpa de la Constitución[4], el supuesto llamado de la OMS a cuarentena mundial,[5] el medicamento cubano usado en China para curar el COVID-19,[6] el llamado de la presidenta de la Sociedad Chilena de Epidemiología a hacer un cacerolazo para exigir cuarentena nacional,[7] las diversas recetas que circularon para prevenir el contagio, por no mencionar aquellas que surgieron en los meses de protesta social post 18 de octubre, son solo algunas de las tantas noticias falsas que han circulado y siguen circulando en Chile durante el último tiempo. ¿De dónde surgieron? ¿Por qué? ¿Cuántas personas se quedaron con la primera versión de los hechos? ¿Cómo influyen en nuestras decisiones políticas y personales?
Una fake news es información falsa, a menudo sensacional, divulgada bajo la apariencia de cobertura de prensa[8]. Algunas surgen de forma intencional, para fines políticos o económicos, mientras que otras son tan solo el producto de la imprudencia o falta de rigurosidad de quien las genera. Un titular, imagen o video impactante, una revelación que reafirma nuestro sesgo o nos indigna, y una apariencia legítima y confiable son los ingredientes principales para producirlas.[9]
Una de las razones que explica el auge de la posverdad y la mala salud informativa es la desconfianza en las instituciones.
Existe la creencia generalizada de que son los robots y los algoritmos de internet[10] los responsables de difundir noticias falsas con mayor frecuencia en desmedro de aquellas que son reales. Sin embargo, un estudio de la revista Science[11] demostró que estos no hacen una diferenciación especial. Conclusión: la culpa no es de las máquinas, sino de los propios seres humanos, quienes son más propensos a caer en ellas y compartirlas. ¿A qué se debe esto? La propagación masiva de las fake news depende de que sea la emoción y la impulsividad lo que gane por sobre la prudencia. El ser humano, al igual que el resto de los seres vivos, está diseñado para evitar situaciones potencialmente dolorosas o incómodas. Esto significa que nuestro cerebro no busca necesariamente la verdad, sino aquello que lo haga sentir seguro.[12] A este fenómeno se le llama sesgo de confirmación o recolección selectiva de evidencias. Científicos le dan incluso una explicación biológica: sucede porque cuando leemos algo que se alinea con nuestras convicciones y creencias previas, el cerebro segrega dopamina, sustancia química que da placer. Por el contrario, cuando leemos algo que no nos gusta, neurológicamente se produce incomodidad.[13] Es más, somos cuatro veces más propensos a ignorar una información si esta es contraria a nuestras creencias.[14] Un estudio de la revista Nature[15] descubrió además que la susceptibilidad a las noticias falsas se explica, al menos en parte, por una falta de habilidades de razonamiento apropiadas al momento de enfrentarse a contenido engañoso.
Una amenaza para las democracias
Una de las razones que explica el auge de la posverdad y la mala salud informativa es la desconfianza en las instituciones. Durante el último tiempo, occidente ha visto una importante baja en la confianza hacia sus gobiernos, congresos, partidos políticos, medios de comunicación y expertos de diferentes rubros.[16] Esto aumenta la posibilidad de que la divulgación de datos azarosos sin fuentes pertinentes, entre otros, forjen la opinión de millones de personas, teniendo un alcance y consecuencias preocupantes.
Los peligros de la desinformación en la era digital son innumerables. Sin embargo, es el efecto que tienen sobre la democracia y la vida en sociedad lo que hace a las noticias falsas en especialmente peligrosas. ¿Por qué?
Las fake news condicionan la libertad de elección. Estas moldean la visión de mundo de quién las lee. Pudiendo provocar que las motivaciones por las que un ciudadano tome una decisión política no sean realmente fieles a la realidad que este desea proyectar en su entorno. Por ejemplo, si alguien lee una noticia sobre un candidato y esta exhibe un contenido engañoso que lo desprestigia o glorifica, podría influir en su decisión de voto en un futuro.
Las fake news ponen en riesgo la libertad de expresión. La garantía de que el ser humano debe ser libre a la hora de difundir, buscar y recibir información, es uno de los pilares fundamentales de una sana democracia.
Sin embargo, el gran flujo de información falsa, que circula día a día por los diferentes canales digitales, ha iniciado una discusión sobre el rol que debería tener el poder político en función de combatir la desinformación. ¿Esperaremos que el Estado coarte nuestra libertad de expresión con la excusa de prevenir las fake news, como ocurre en países como Rusia,[18] o nos ocuparemos de este fenómeno antes de que acabe de socavarla por completo?
Las fake news dividen y polarizan a la población, especialmente aquellas que tocan temas sensibles como la política, la economía o las relaciones sociales. Al provocar reacciones intensas en quienes las ven, se exacerba el sentimiento de dualidad de ellos vs nosotros, generando posturas fanáticas en desmedro del razonamiento y la empatía.
Las noticias falsas pueden llegar a reescribir nuestra memoria, tanto colectiva como individual. Como dice Marc Amorós García:[19] «una noticia falsa compartida y viralizada mil veces hoy, se convierte en verdad mañana».
¿Qué puede hacer uno para no contribuir con su difusión?
Las fake news no distinguen política, religión o cultura. Cualquiera puede ser blanco de una, y todos estamos en riesgo de difundirlas. Por lo mismo, es importante que como ciudadanos hagamos un uso responsable de nuestra libertad de expresión, y recurramos al sentido común, la lógica y nuestro capital cultural para combatir este dañino fenómeno que debilita la democracia y atenta contra nuestra libertad de elección.
Si bien el riesgo de compartir un contenido falso es siempre alto, existen simples acciones que podemos realizar día a día que pueden ser cruciales a la hora de determinar si aquello que se está compartiendo es veraz o no.
Estudia la fuente y el autor
Antes de compartir una noticia, o cualquier tipo de contenido, investiga su origen. Pregúntate ¿de dónde proviene la información? ¿quién la firma? ¿de dónde salen las fotografías? Muchas noticias falsas circulan de forma anónima por internet, sin ser atribuidas a nadie en específico. Si no encuentras un origen concreto, desconfía.
Revisa la verosimilitud de la noticia
Las noticias falsas son creadas tomando en consideración quien las personifica, inspirándose en cosas que podrían pasar. No obstante, aquí el sentido común juega un rol fundamental. Revisa cómo está redactada y diseñada la noticia, su estructura y si la información planteada es congruente con los datos duros y la realidad. Acude a fuentes oficiales para corroborar.
El titular de la noticia es demasiado alarmista o improbable.
Las noticias falsas son, en esencia, exageradas. Internet está lleno de portales que difunden contenidos tendenciosos sobre diferentes sujetos o situaciones con el objetivo de llamar la atención. Si te parece sospechoso, es mejor que busques otras fuentes para contrastar y verificar la información. Si la nota cita un estudio, revisa el original y no te quedes solo con la interpretación periodística.
Date el tiempo de leer la nota entera
Se ha vuelto un mal hábito por parte de los usuarios de internet el quedarse solamente con el titular. Los medios, especialmente los digitales, suelen tener títulos tendenciosos e impactantes, esto con el fin de atraer más visitas. Asegúrate de leer hasta el final, podrías terminar divulgando medias verdades si te quedas con lo primero que lees.
Revisa la fecha
Existen noticias viejas que se hacen pasar por nuevas para justificar conflictos o incentivar confrontaciones. Asegúrate de que la información que compartes sea actual, para eso puedes revisar si otros medios, canales o plataformas están compartiendo actualmente la misma información.
Considera tu sesgo
Todas las personas, sin excepción, poseen un determinado sesgo o línea de pensamiento, por muy sutil que sea. Antes de compartir una noticia pregúntate si hay algún indicio partidista o ideológico, qué ganas compartiendo la información, y qué emociones te provoca. Detente unos minutos antes y trata de pensar si tu ideología está influyendo o interfiriendo en tu decisión de viralizar tal contenido.
Combatir las noticias falsas debería ser causa universal de todo ciudadano comprometido con la dignidad, la libertad y la democracia.
Revisa fuentes adicionales
Si una información es verídica u oficial, es probable que más de un medio serio lo comparta. Asegúrate de que los portales que revisas sean confiables y siempre busca en más de uno para corroborar. Contrasta la información y los datos duros. Para eso puedes apoyarte en herramientas como bases de datos, la búsqueda avanzada de Google, Ley de Transparencia o el buscador avanzado de Twitter.
Acude a una agencia de fact checking (o varias)
Si todavía tienes dudas sobre un contenido que viste en internet, puedes probar revisando si alguna agencia de chequeo de datos le ha dado el visto bueno. Si no hay indicios de aquello, envíala tú mismo para que sea corroborada. Las agencias de fact checking poseen herramientas más avanzadas para determinar si una noticia es real o no y pueden otorgar un resultado más preciso.
Combatir las noticias falsas debería ser causa universal de todo ciudadano comprometido con la dignidad, la libertad y la democracia. Independiente del sector político o ideológico del cual estas provengan, la actitud debe ser siempre la misma, buscar la verdad de forma transparente e intransable, sea conveniente o no.
Reflexión final
Chile se encuentra caminando en la cuerda floja. Nunca en 30 años habíamos tenido una democracia tan frágil, y no puede sino resultar irónico que, siendo una época donde se puede buscar, encontrar y contrastar información más fácilmente, sea también donde la desinformación se encuentre a flor de piel. La instantaneidad de la red se convirtió en un arma de doble filo que, si bien ha contribuido a la democratización de los contenidos, también ha estimulado una actitud impulsiva en gran parte de la población.
Es imperativo que la sociedad chilena, y de otros países también, puesto que hablamos de un fenómeno mundial, haga un esfuerzo extra por ampararse en la prudencia, el análisis crítico y la responsabilidad al momento de manejar información. De lo contrario, es poco optimista el balance que se puede hacer sobre un futuro en donde la verdad, querámoslo o no, es a la carta.
El 2020 no ha sido un año fácil para Chile. Las revueltas sociales iniciadas el pasado octubre, junto con la reciente emergencia sanitaria por la llegada del COVID-19 a nuestro país, han abierto las puertas a la incertidumbre, la desconfianza y la polarización ideológica entre sus ciudadanos. Escenario perfecto para que la información falsa y tendenciosa que circula por las redes sea difundida con mayor facilidad, generando importantes heridas en una ya dividida sociedad, extremando aún más los efervescentes ánimos y dificultando la posibilidad de llegar a consenso entre las partes.
No estamos ante un fenómeno nuevo, la desinformación en la era digital ya ha disparado las alarmas a nivel global sobre su alcance en pos de deteriorar las dinámicas políticas, económicas, diplomáticas y sociales de diferentes países. Para el 2016 el diccionario de Oxford llegó a nombrar “posverdad” como la palabra del año.[1] En efecto, ha decaído la responsabilidad individual a la hora de compartir información, privilegiando las emociones por sobre los datos duros a la hora de forjar la opinión pública. En este escenario, nace la interrogante de si Chile está preparado para buscar soluciones a estas crisis en unidad o si, por el contrario, terminarán por predominar las narrativas extremistas y con información sesgada.
La enorme cantidad de información que circula día a día por el mundo digital sería comparable con una inundación donde lo primero que escasea es el agua potable.
En palabras de Iñaki Gabilondo,[2] la enorme cantidad de información que circula día a día por el mundo digital sería comparable con una inundación donde lo primero que escasea es el agua potable.[3] Esta falta de “información potable” obliga a tener una conversación sensata sobre los riesgos que la desinformación en la era de internet representa. ¿Qué es una noticia falsa? ¿Por qué se difunden tan rápido? ¿Son peligrosas? ¿Podrían convertirse en una amenaza para nuestras democracias? Por último, se hace imperativo que desde la ciudadanía se haga un esfuerzo extra en ser rigurosos a la hora de divulgar contenido en la web, utilizando de forma responsable y cauta la información que circula a través de las redes.
No existen soluciones obvias ni tampoco un camino fácil. Sin embargo, nuestro futuro está condicionado por cómo decidamos enfrentar este inescrupuloso fenómeno.
Anatomía de una fake news
Las limitaciones del Estado de Chile para manejar la crisis por culpa de la Constitución[4], el supuesto llamado de la OMS a cuarentena mundial,[5] el medicamento cubano usado en China para curar el COVID-19,[6] el llamado de la presidenta de la Sociedad Chilena de Epidemiología a hacer un cacerolazo para exigir cuarentena nacional,[7] las diversas recetas que circularon para prevenir el contagio, por no mencionar aquellas que surgieron en los meses de protesta social post 18 de octubre, son solo algunas de las tantas noticias falsas que han circulado y siguen circulando en Chile durante el último tiempo. ¿De dónde surgieron? ¿Por qué? ¿Cuántas personas se quedaron con la primera versión de los hechos? ¿Cómo influyen en nuestras decisiones políticas y personales?
Una fake news es información falsa, a menudo sensacional, divulgada bajo la apariencia de cobertura de prensa[8]. Algunas surgen de forma intencional, para fines políticos o económicos, mientras que otras son tan solo el producto de la imprudencia o falta de rigurosidad de quien las genera. Un titular, imagen o video impactante, una revelación que reafirma nuestro sesgo o nos indigna, y una apariencia legítima y confiable son los ingredientes principales para producirlas.[9]
Una de las razones que explica el auge de la posverdad y la mala salud informativa es la desconfianza en las instituciones.
Existe la creencia generalizada de que son los robots y los algoritmos de internet[10] los responsables de difundir noticias falsas con mayor frecuencia en desmedro de aquellas que son reales. Sin embargo, un estudio de la revista Science[11] demostró que estos no hacen una diferenciación especial. Conclusión: la culpa no es de las máquinas, sino de los propios seres humanos, quienes son más propensos a caer en ellas y compartirlas. ¿A qué se debe esto? La propagación masiva de las fake news depende de que sea la emoción y la impulsividad lo que gane por sobre la prudencia. El ser humano, al igual que el resto de los seres vivos, está diseñado para evitar situaciones potencialmente dolorosas o incómodas. Esto significa que nuestro cerebro no busca necesariamente la verdad, sino aquello que lo haga sentir seguro.[12] A este fenómeno se le llama sesgo de confirmación o recolección selectiva de evidencias. Científicos le dan incluso una explicación biológica: sucede porque cuando leemos algo que se alinea con nuestras convicciones y creencias previas, el cerebro segrega dopamina, sustancia química que da placer. Por el contrario, cuando leemos algo que no nos gusta, neurológicamente se produce incomodidad.[13] Es más, somos cuatro veces más propensos a ignorar una información si esta es contraria a nuestras creencias.[14] Un estudio de la revista Nature[15] descubrió además que la susceptibilidad a las noticias falsas se explica, al menos en parte, por una falta de habilidades de razonamiento apropiadas al momento de enfrentarse a contenido engañoso.
Una amenaza para las democracias
Una de las razones que explica el auge de la posverdad y la mala salud informativa es la desconfianza en las instituciones. Durante el último tiempo, occidente ha visto una importante baja en la confianza hacia sus gobiernos, congresos, partidos políticos, medios de comunicación y expertos de diferentes rubros.[16] Esto aumenta la posibilidad de que la divulgación de datos azarosos sin fuentes pertinentes, entre otros, forjen la opinión de millones de personas, teniendo un alcance y consecuencias preocupantes.
Los peligros de la desinformación en la era digital son innumerables. Sin embargo, es el efecto que tienen sobre la democracia y la vida en sociedad lo que hace a las noticias falsas en especialmente peligrosas. ¿Por qué?
Las fake news condicionan la libertad de elección. Estas moldean la visión de mundo de quién las lee. Pudiendo provocar que las motivaciones por las que un ciudadano tome una decisión política no sean realmente fieles a la realidad que este desea proyectar en su entorno. Por ejemplo, si alguien lee una noticia sobre un candidato y esta exhibe un contenido engañoso que lo desprestigia o glorifica, podría influir en su decisión de voto en un futuro.
Las fake news ponen en riesgo la libertad de expresión. La garantía de que el ser humano debe ser libre a la hora de difundir, buscar y recibir información, es uno de los pilares fundamentales de una sana democracia[17]. Sin embargo, el gran flujo de información falsa, que circula día a día por los diferentes canales digitales, ha iniciado una discusión sobre el rol que debería tener el poder político en función de combatir la desinformación. ¿Esperaremos que el Estado coarte nuestra libertad de expresión con la excusa de prevenir las fake news, como ocurre en países como Rusia,[18] o nos ocuparemos de este fenómeno antes de que acabe de socavarla por completo?
Las fake news dividen y polarizan a la población, especialmente aquellas que tocan temas sensibles como la política, la economía o las relaciones sociales. Al provocar reacciones intensas en quienes las ven, se exacerba el sentimiento de dualidad de ellos vs nosotros, generando posturas fanáticas en desmedro del razonamiento y la empatía.
Las noticias falsas pueden llegar a reescribir nuestra memoria, tanto colectiva como individual. Como dice Marc Amorós García:[19] «una noticia falsa compartida y viralizada mil veces hoy, se convierte en verdad mañana».[20]
¿Qué puede hacer uno para no contribuir con su difusión?
Las fake news no distinguen política, religión o cultura. Cualquiera puede ser blanco de una, y todos estamos en riesgo de difundirlas. Por lo mismo, es importante que como ciudadanos hagamos un uso responsable de nuestra libertad de expresión, y recurramos al sentido común, la lógica y nuestro capital cultural para combatir este dañino fenómeno que debilita la democracia y atenta contra nuestra libertad de elección.
Si bien el riesgo de compartir un contenido falso es siempre alto, existen simples acciones que podemos realizar día a día que pueden ser cruciales a la hora de determinar si aquello que se está compartiendo es veraz o no.
Estudia la fuente y el autor
Antes de compartir una noticia, o cualquier tipo de contenido, investiga su origen. Pregúntate ¿de dónde proviene la información? ¿quién la firma? ¿de dónde salen las fotografías? Muchas noticias falsas circulan de forma anónima por internet, sin ser atribuidas a nadie en específico. Si no encuentras un origen concreto, desconfía.
Revisa la verosimilitud de la noticia
Las noticias falsas son creadas tomando en consideración quien las personifica, inspirándose en cosas que podrían pasar. No obstante, aquí el sentido común juega un rol fundamental. Revisa cómo está redactada y diseñada la noticia, su estructura y si la información planteada es congruente con los datos duros y la realidad. Acude a fuentes oficiales para corroborar.
El titular de la noticia es demasiado alarmista o improbable.
Las noticias falsas son, en esencia, exageradas. Internet está lleno de portales que difunden contenidos tendenciosos sobre diferentes sujetos o situaciones con el objetivo de llamar la atención. Si te parece sospechoso, es mejor que busques otras fuentes para contrastar y verificar la información. Si la nota cita un estudio, revisa el original y no te quedes solo con la interpretación periodística.
Date el tiempo de leer la nota entera
Se ha vuelto un mal hábito por parte de los usuarios de internet el quedarse solamente con el titular. Los medios, especialmente los digitales, suelen tener títulos tendenciosos e impactantes, esto con el fin de atraer más visitas. Asegúrate de leer hasta el final, podrías terminar divulgando medias verdades si te quedas con lo primero que lees.
Revisa la fecha
Existen noticias viejas que se hacen pasar por nuevas para justificar conflictos o incentivar confrontaciones. Asegúrate de que la información que compartes sea actual, para eso puedes revisar si otros medios, canales o plataformas están compartiendo actualmente la misma información.
Considera tu sesgo
Todas las personas, sin excepción, poseen un determinado sesgo o línea de pensamiento, por muy sutil que sea. Antes de compartir una noticia pregúntate si hay algún indicio partidista o ideológico, qué ganas compartiendo la información, y qué emociones te provoca. Detente unos minutos antes y trata de pensar si tu ideología está influyendo o interfiriendo en tu decisión de viralizar tal contenido.
Combatir las noticias falsas debería ser causa universal de todo ciudadano comprometido con la dignidad, la libertad y la democracia.
Revisa fuentes adicionales
Si una información es verídica u oficial, es probable que más de un medio serio lo comparta. Asegúrate de que los portales que revisas sean confiables y siempre busca en más de uno para corroborar. Contrasta la información y los datos duros. Para eso puedes apoyarte en herramientas como bases de datos, la búsqueda avanzada de Google, Ley de Transparencia o el buscador avanzado de Twitter.
Acude a una agencia de fact checking (o varias)
Si todavía tienes dudas sobre un contenido que viste en internet, puedes probar revisando si alguna agencia de chequeo de datos le ha dado el visto bueno. Si no hay indicios de aquello, envíala tú mismo para que sea corroborada. Las agencias de fact checking poseen herramientas más avanzadas para determinar si una noticia es real o no y pueden otorgar un resultado más preciso.
Combatir las noticias falsas debería ser causa universal de todo ciudadano comprometido con la dignidad, la libertad y la democracia. Independiente del sector político o ideológico del cual estas provengan, la actitud debe ser siempre la misma, buscar la verdad de forma transparente e intransable, sea conveniente o no.
Reflexión final
Chile se encuentra caminando en la cuerda floja. Nunca en 30 años habíamos tenido una democracia tan frágil, y no puede sino resultar irónico que, siendo una época donde se puede buscar, encontrar y contrastar información más fácilmente, sea también donde la desinformación se encuentre a flor de piel. La instantaneidad de la red se convirtió en un arma de doble filo que, si bien ha contribuido a la democratización de los contenidos, también ha estimulado una actitud impulsiva en gran parte de la población.
Es imperativo que la sociedad chilena, y de otros países también, puesto que hablamos de un fenómeno mundial, haga un esfuerzo extra por ampararse en la prudencia, el análisis crítico y la responsabilidad al momento de manejar información. De lo contrario, es poco optimista el balance que se puede hacer sobre un futuro en donde la verdad, querámoslo o no, es a la carta.
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