“El Violinista: Las notas oscuras de Wuilly Arteaga”, Revista Climax

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Foto:http://elestimulo.com

La periodista LUZ ELENA CARRASCOSA de la Revista Climax  realizó un trabajo especial que causó polémica en las redes sociales. A continuación texto e imágenes del mencionado trabajo:

La imagen difundida en las redes sociales de un joven semidesnudo tocando el cuatro entre guardias, ballenas y gas lacrimógeno fue epifanía e inspiración para Wuilly Arteaga. El detonante para arrancar su lucha armado con un violín. A mediados de abril, el menudo músico valenciano de 23 años no fallaba en ninguna de las manifestaciones en contra del gobierno de Nicolás Maduro.

Wuilly avanzaba, de pronto, sobre las aguas de indignados y envuelto en armonías de justicia con paso mesiánico. Ejecutaba pajarillos y almas llaneras, cercano y risueño con los presentes, y siempre muy solícito para opinar ante el teléfono de cualquier marchante en el epicentro del huracán. Así, entre un impromptu y otro, robó el corazón de quienes lo veían. Cada evento en detalle quedó inmortalizado gracias a las comunicaciones inteligentes y al registro de un grueso cuerpo de periodistas que logró cubrir gran parte de los acontecimientos. Por supuesto, el 2.0 hizo lo suyo, las entradas del intérprete se compartieron, arrancaron lágrimas y gritos vía Internet. El muchacho se entronizó como uno de los símbolos de la protesta pacífica. Pero fue más allá, se arrogó las atenciones de quienes, fuera y dentro del país, conversaban de las marchas, sorprendió a todos con su protesta inusual, su adiestramiento en las notas do, re, mi, fa; se expuso, despuntó, y conmovió con su candor.

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El 24 de mayo de 2017 un guardia nacional le revienta las cuerdas del violín. Llora a mocos y Venezuela con él. “Aunque entiendo su rabia e impotencia, también sé que cualquier músico, incluso él, sabe que solo le arrancaron el puente del violín y que era algo totalmente recuperable”, siembra el aguijón un miembro del Sistema Nacional de Orquestas. Las redes lograron en un par de horas lo que no hubiera logrado un arcaico teletón de caridad: generosidad hecha violines, y una gran borrachera de simpatía y compasión.

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De la Iglesia cristiana a La magia de Pegaso

Wuilly se crió en una familia con una fuerte convicción evangélica en Valencia, estado Carabobo. Es el mayor de tres hermanos. Sus padres llevaban la conserjería de la iglesia en el barrio Máximo Romero y allí vivían todos. Los padres entendieron, entre salmos, apocalipsis y profecías, que el fin de los tiempos estaba por llegar. “Nos sacaron de la primaria, cuando yo tenía como ocho años porque creían que el mundo se iba a acabar”, cuenta Humberto Arteaga, el hermano menor. Trascurrieron otros ocho años sin educación formal para ninguno de los chiquillos. “De pequeños soñábamos con ser dueños de una camioneta por puesto. Jugábamos a chofer y colector y pasábamos horas en eso. Era un juego serio. También jugábamos a que yo era el pastor y cantábamos y fue así como terminamos cantando en la iglesia”, cuenta sus retozos infantiles.

Y llegó el día en el que se dieron cuenta de que no se había acabado el mundo, de que podían trabajar como costureros —cumplían con unas labores de corte y costura por encargo— o como Wuilly en un cyber, y estar obsesionados con la música. “Veíamos unas comiquitas de Barbie siempre. Nos encantaba”.

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Magnetizados con la princesa rosada y hechizados con el influjo de La magia de Pegaso, El castillo de diamantes, Las doce princesas bailarinas y Rapunzel —películas de su imaginario de entonces— comenzaron a seguirle la pista a las bandas sonoras y llegaron a Tchaikovsky y a Beethoven. “Por supuesto que todo el que nos conocía nos miraba raro, pero para nosotros era lo más hermoso que habíamos escuchado”, sigue Humberto.

 

El Sistema

Barbie y la hiperconectividad guían a Wuilly hasta El Sistema de Orquestas, obra titánica del maestro José Antonio Abreu. Sus progenitores le compran su primer violín. Humberto recuerda las peleas en la casa por el uso incesante del instrumento. “Porque empezó a estudiarlo viendo tutoriales en Youtube y, sobre todo, observando, copiando, pero no paraba y estábamos todos muy atormentados”.

Sus pinitos los dio en la Orquesta Juvenil B de Carabobo. Luego en el valle capitalino acude a una audición y queda en la Juvenil de Caracas, bajo la dirección de Dietrich Paredes. En 2014, se va de gira a Europa. El Pegaso de Barbie se lo lleva a tocar con el mundialmente reputado Sistema.

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Varios rumores coinciden en que la conducta del violinista durante la tournée fue como la de un spring breaker en Cancún, y si bien traviesa para nada reprobable. Pero sorprendió a sus colegas al relatar con pelos y señales una escapada con un hombre alemán. La homosexualidad de Wuilly no era un secreto, ni para su madre, quien también recuerda el episodio con aquel desconocido teutón. “Una de las veces que dijo que iba a suicidarse me entregó unas cartas. Yo las boté y cuando regresé a Valencia me preguntó si las había leído, porque allí estaba su secreto. Se puso furioso, pero terminó contándome todo: que ya no era señorito”.

 

Aunque su hermano afirma que Arteaga abandonó la orquesta voluntariamente hacia mediados de 2015, porque estaba decepcionado del Sistema y por diferencias con el director, Paredes, su batuta, solo tiene buenas opiniones. “Es un chamo con mucho talento, que como todo artista debe seguir cultivándose. Tiene sentimientos muy transparentes”.

Dietrich explica que jamás fue expulsado. “Hubo una audición simultánea para tres orquestas y más bien quedó seleccionado para una diferente a la Sinfónica Juvenil de Caracas”. Así fue como Arteaga dejó de estar en una de las principales orquestas de la capital para formar parte de una menor en Guatire: la Orquesta Francisco de Miranda.

 

Los tigres del metro

Otros miembros de El Sistema consultados para este trabajo confesaron —bajo la condición de omitir sus nombres— que los años dorados de bonanza y desahogo para los músicos de la gran fraternidad musical son un ubi sunt. La rara milicia musical hace rato acusa fallas, como la ausencia de instrumentos, atriles y otros, en los núcleos más olvidados del país, salarios sin actualizar para empleados y músicos y poca asistencia para sus necesidades primordiales.

Con este panorama de carestía, Wuilly se aventuró a tocar en el Metro. Y aunque esta acción es reprobada por la orquesta y la empresa de trenes, él, su hermano y otros asumían el riesgo para rebuscarse. Según uno de ellos, y quien alguna vez lo acompañó, podían ganar “unos 30 mil bolívares en una hora. Nos regresábamos a la casa, dejábamos el dinero y volvíamos”.

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Humberto narra que les confiscaron los instrumentos y que jamás se los devolvieron. Contrariamente a su declaración, otro colega en esos toques expresó: “El 10 de enero de este año, el gerente de Seguridad y Protección del Metro, Héctor Idrogo, devolvió seis instrumentos confiscados, entre los que estaba el violín”. Wuilly regresa al subterráneo y de nuevo se lo quitan. Llora la pérdida, se sumerge en gran tristeza, sigue los pasos de Barbie, quizás, amenaza con quitarse la vida otra vez, y logra que le presten otro para continuar tocando.

 

Violines, violines y más violines

Hasta ahora la cuenta va así: el primerísimo, el que declara su hermano Humberto que fue comprado por sus padres y aquel con el que atormentó a su familia; el segundo, suministrado por El Sistema, que bien pudo haber sido el primero confiscado por la gente del Metro; el tercero “prestado” y también retenido en el subterráneo por segunda vez. Y un cuarto de procedencia ignota. Su madre cree que ese fue obsequiado por un amigo extranjero. Y faltan más.

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Para las protestas, Wuilly reclamó otro para así poder trinar sus acordes de paz y justicia. Marianela Maldonado, realizadora del documental Los niños de Las Brisas, del que Wuilly formó parte a sus 18 años, le donó el dinero para la compra. Su acto de beneficencia obedece a la admiración que siente por él. “A Wuilly lo seguimos desde el 2012. Tenemos material de él por cinco años. El hecho de que su educación formal haya sido paralela a cualquier protocolo y técnicas disciplinarias no lo hace inferior, más bien un milagro en medio de las condiciones tan desfavorables en las que decidió entregarse a la música. Para mí es un niño maravilloso”. La adquisición le aliviaría esta última congoja al muchacho. Y quedan así un par más de violines sin denominación de origen y otros con paradero desconocido.

 

El periodista y fundador de la ONG Redes Ayuda, Melanio Escobar, muy activo durante las protestas, opina: “Lo que hizo Wuilly fue muy potente, sus fotos las veremos en libros de historia. Pero pienso que no capitalizó como debía. Pudo haber recogido violines e insumos para diferentes núcleos que actualmente no tienen recursos”. Melanio también le sugirió que podía recibir los instrumentos donados a través de una fundación, iniciativa que el muchacho desairó en ese momento, para luego retomarla como idea suya. En su cuenta de Instagram, @wuillyarteaga, hay evidencia de algún reclamo de seguidores a propósito de la ola de donaciones de instrumentos.

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Yamileth, la madre de Wuilly, asegura que su vástago no es una mansa paloma. Ha padecido y aceptado con resignación el mal carácter del joven. “De mis hijos, ha sido el más difícil. Es mentiroso, pero sabía cuándo mentía y cuándo no. Desde que no está conmigo es más difícil”, se lamenta. “Cuando vivía en Caracas, el año pasado, en un apartamento por Quinta Crespo, con otros muchachos músicos, fui a verlo varias veces. Y ahí se comportaba de modo muy extraño. Una vez comenzó a echar cuentos de sus episodios con hombres. Ahí estaba Hazel, la misma que dicen que es su novia. Y ella se reía cuando él contaba esas historias tan fuertes para mí, sin ningún recato. Ya yo sabía todo, y lo aceptaba, pero oír eso me pareció una falta de respeto”.

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Rifirrafes documentados en redes sociales entre el joven y otros dos directores del Sistema, Ron Davis Álvarez y Jesús Uzcátegui, quedaron en la red, y afortunadamente como peleas de teclas, no así como otros eventos. Uno de sus roommates durante la época de Quinta Crespo cuenta sobre la personalidad temperamental de Arteaga. “Tremenda lacra manipuladora. Las amenazas de suicidio eran constantes. Yo no lo tomaba en serio”. Ahíto de tanto numerito y pataleta relata un episodio candente: “A su pareja que vivía allí con nosotros, Robert Hernández, un cubano que estaba en un programa de Centro de Diagnóstico Integral (CDI), lo quemó con agua caliente porque no le avisó que tenía planeado irse del país”. Wuilly acudió al Pérez Carreño, quizá invadido por la culpa, y terminó haciéndole las curas a Robert, quien al lograr su recuperación escapó a Miami. Hernández fue contactado para que narrara su versión. Al atender preguntó qué obtendría a cambio de su declaración. Al saber que ni un céntimo, optó por el silencio.

Una amiga de ambos recuerda su estado de shock al enterarse y ver que Wuilly cuidaba a su víctima: “No podía creerlo porque además él iba, lo curaba, lloraba y me decía: “¡Qué tragedia, lo quemé, yo lo quemé!” y sigue: “Pensé que de verdad se sentía mal, terrible, pero en minutos era otro, cambiaba el tema y hasta me contaba de su arrechera con Robert”.

El intento de suicidio más cinematográfico, según la madre, fue en 2016 cuando se subió a una torre de Parque Central. Amenazó con lanzarse en caída libre. El amago fue frustrado por un conocido que lo atrapó y lo abrazó. El buen samaritano evitó la tragedia. Asimismo, reporta otro más largo. “Se montó en el techo de la sede del Sistema en Colegio de Ingenieros, y no se bajó en tres días”, enumera las horas de vilo Yamileth, quien también esclarece cómo era el comportamiento de su retoño frente a las partituras. “Si las cosas no le salían como quería o si tenía un problema en la orquesta o el director le sugería algo y él quería hacerlo a su modo, amenazaba con matarse. Y ahí hay unas reglas. Entonces Wuilly llegaba antes de la hora y sacaba una foto de Hilary Hahn —una connotada violinista estadounidense, musa del protagonista de esta historia— y quería tenerla ahí y pues no estaba permitido. Y luego en la otra orquesta, en la Miranda, llegaba tarde o no iba y, por supuesto, dejó de ir. Y listo. Lo expulsaron”.

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Blonde Ambition Tour

El periodista y productor audiovisual Gil Molina quiso incluir a Wuilly en el video institucional Yo soy Venezuela, en su segunda versión, junto a otros personajes emblemáticos que prestaron su imagen para esta estupenda iniciativa. Su experiencia con el muchacho comenzó a fluir sin mayores obstáculos hasta que llegó el momento de asistir a la pauta para filmar. “Un domingo lo llamé y confirmamos para el miércoles a las 9 de la mañana, porque tenía que marchar a las 11 en punto. El lunes y el martes igual, confirmamos. El miércoles no aparece. No responde y me embarca”, recuerda Gil. “Le escribí un mensaje por Instagram en el que le reclamé no haber tenido la delicadeza de disculparse”. A partir de ahí recibió dos mensajes de voz, uno de Hazel, algo torpe, y otro de Wuilly, bastante cortante. “Disculpe, señor Gil, creo que no vamos a poder ayudarlo”, cantó su afectación con muchas horas de retraso.

 

Fuente: http://elestimulo.com

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