“El centro del liberalismo es el ser humano”, asevera el abogado y analista chileno Axel Kaiser (Santiago, 1981). Presidente de la Fundación para el Progreso y autor de libros como La tiranía de la igualdad y el recién publicado La neoinquisición, el académico se ha convertido en uno de los mayores defensores del libre mercado a nivel regional y en un crítico agudo de la corrección política, a la que define como “un ataque a la diversidad humana”.
Provocador en su forma de defender la libertad de expresión, Kaiser visitó México para participar en las actividades del Centro Ricardo B. Salinas Pliego.
—¿Por qué es importante un espacio como el Centro Ricardo B. Salinas Pliego?
—Representa un esfuerzo por difundir ideas fundamentales para mantener a una sociedad democrática, como son el Estado de Derecho, la libertad y la prosperidad para todos. El destino de las naciones se define a partir de lo que la gente tiene en su mente. La mayoría de los países europeos no tienen grandes recursos naturales y sin embargo generan riqueza. En cambio en América Latina sí los tenemos y aún nos cuesta salir adelante. Nuestra mentalidad necesita abrazar las ideas del progreso a partir del individuo y creo que el Centro Ricardo B. Salinas Pliego contribuirá a difundir esta mentalidad.
—¿Se podría hablar de una condición latinoamericana lejana a las ideas que usted plantea?
—Hay una cultura y mentalidad poco conducente a la prosperidad. Nos falta abrazar una fuerte ética laboral y asumir la responsabilidad personal: solemos culpar a terceros en lugar de aceptar nuestros errores. En América Latina no somos muy buenos para respetar a terceros. Nos gusta la impuntualidad y saltarnos las reglas. Desconfiamos de los demás porque no tenemos los niveles de honestidad de los países avanzados. A la gente de los países desarrollados le cuesta entender la mentalidad latinoamericana.
—Y en muchos terrenos lo vemos como una picardía no necesariamente mala…
—Incluso lo celebramos, aunque en culturas anglosajonas, nórdicas o asiáticas es inconcebible. Está comprobado que la impuntualidad cuesta millones de dólares; pasamos horas en reuniones inútiles; disfrutamos conversar sin ser productivos. Nos hace falta corregir estos vicios sin abandonar nuestra alma latinoamericana. El mensaje humanista y liberal del Centro Ricardo B. Salinas Pliego puede aportar mucho porque es inclusivo. No podemos vivir enfrentados permanentemente. Necesitamos trabajar juntos y con respeto, aunque no estemos de acuerdo. El objetivo debe ser construir un diálogo encaminado a políticas efectivas.
—Habla de un liberalismo humanista, pero en América Latina nos cuesta separar esta ideología de lo económico.
—El liberalismo es en esencia una doctrina humanista. Se desdibujó en sus orígenes por un fuerte sesgo económico. Los problemas urgentes eran la pobreza, la miseria, el hambre y la desnutrición, que por otro lado es verdad que tienen su origen en cuestiones económicas. Sin embargo es una doctrina humanista. Plantea que todos tenemos una idéntica dignidad independiente a nuestro sexo, religión o condición social. Coloca al ser humano en el centro de la reflexión incluso dentro de sus teorías económicas, en tanto que busca el progreso universal. Los teóricos liberales desarrollan herramientas para promover la prosperidad.
Oscuridad
Lamentablemente, puntualiza Kaiser, “se han equivocado en el discurso: lo transmiten de una manera demasiado fría. Hay un problema de narrativa, mas no de intención. Este tipo de cuestiones se pueden resolver con iniciativas como el Centro Ricardo B. Salinas Pliego en México y en otras partes. Al final buscamos el respeto de los derechos del individuo, la existencia de un Estado que no sea arbitrario y nos proteja de la delincuencia”.
—Esta visión economicista ¿qué tanto se debe al neoliberalismo? Durante mucho tiempo Chile fue ejemplo de desarrollo económico, pero desde hace un par de años explotó una crisis muy profunda.
—Es verdad. En Chile logramos que la pobreza bajara mucho y desterramos la desnutrición infantil. En 2017 éramos el país con más movilidad social dentro de la OCDE. Incluso la desigualdad bajó. No obstante se instaló una narrativa muy polarizante que reconoció poco los logros alcanzados. Un porcentaje importante de la sociedad se convenció de que la desigualdad era alta. Además vino un periodo de estancamiento económico.
Durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet, añade, “los salarios reales dejaron de crecer y los precios subieron. Nuestra clase política no supo resolver el malestar y eso detonó la crisis de 2019. Y de ahí, la pandemia. Aun así Chile ha podido sortear esto porque es un país con ahorros y responsabilidad fiscal. Ahora hay un tema con los contagios entre los jóvenes, pero en las personas mayores el Covid-19 está más o menos controlado. Es innegable que no nos ha ido peor gracias al tipo de institucionalidad construida. Es verdad que hoy estamos en una situación complicada, pero bueno… los países atraviesan por momentos de oscuridad.
—Ahora están en la antesala de un nuevo Constituyente…
—Sí. Y a mí no me parece una idea razonable. Las personas creen que cambiando la Constitución tendrán más bienes económicos y no es así. Probablemente, cuando cambie, la gente se frustrará porque su realidad no cambiará. América Latina es la región con más reformas constitucionales del mundo. Siempre que hay algún tipo de crisis o llega una especie de caudillo se quiere reiniciar todo. No es un asunto que se resuelva con una varita mágica. Ojalá fuera así de simple, pero la vida es más compleja.
—¿En Chile ha faltado limar asperezas con el pasado de la dictadura?
—Sí, pero el sistema económico que estableció las bases de la modernización se robusteció durante la democracia. Los gobiernos de centroizquierda de principios de los noventa entendieron la importancia del libre mercado e hicieron de Chile uno de los países más insertados en esta tendencia a escala mundial. Chile lo hizo bien durante mucho tiempo, pero es verdad que ahora retrocedimos. Confío en que nos daremos cuenta y corregiremos.
El nuevo censor
—En su nuevo libro, La neoinquisición, define a la corrección política como un nuevo censor.
—Sí, porque prohíbe la expresión genuina de opiniones diversas. La corrección política es un ataque a la diversidad humana. ¿Qué sentido tiene defender las diferencias de una manera cosmética? Denunciamos la discriminación racial o sexual, pero esperamos que todos piensen lo mismo. ¿Dónde queda la diversidad intelectual, que es la más genuina? A través de nuestro pensamiento expresamos quiénes somos. Puedo ser homosexual, heterosexual, negro o blanco, pero estoy obligado a pensar de una sola forma. La nueva inquisición, que en Estados Unidos es también llamada cultura de la castración, ha perseguido también a homosexuales o a gente de raza negra por no ajustarse a la narrativa predominante e identitaria. Además es una corriente que rechaza el uso de la ciencia, la estadística y los datos. Ha perseguido hasta a pensadores marxistas. El propio Zizek y autoras feministas de raigambre marxista han sido perseguidas. Se intentó que la editorial de J. K. Rowling no publique sus libros solo porque expresó una opinión. Todo esto es producto de una descomposición intelectual profunda.
—¿Debería estar permitido decir todo desde cualquier tribuna?
—Soy un maximalista en esa materia. Adopto la posición de la Corte Suprema de Estados Unidos. Las únicas expresiones que deberían prohibirse son aquellas que llaman a la violencia contra una persona o un grupo. Tampoco cuestiones como estar en un teatro y gritar que hay una bomba sin que sea cierto. Todo lo demás, por ofensivo que sea, está cubierto por la libertad de expresión y debe debatirse donde corresponda, como decía John Stuart Mill, aclarando los errores y exhibiéndolos en su confrontación con la verdad.
—¿Qué es la verdad?
—Eso se va determinando en la discusión y en la confrontación de ideas. Si empezamos a censurar opiniones que consideramos ofensivas nos quedaremos mudos. Los católicos se ofenderán por opiniones de los ateos o musulmanes. Las feministas se sentirán ofendidas por los no feministas. Mejor discutamos y veamos cuáles son los mejores argumentos. Desarrollemos algo de resistencia para entender que no todo mundo debe estar de acuerdo con nosotros. Necesitamos estar dispuestos a ser ofendidos, porque la libertad es más importante que los sentimientos subjetivos de las personas. Abogo por una cultura del respeto. Aprendamos a vivir en la diferencia y a ver al ser humano más allá de la opinión.
—¿Las redes sociales ocasionan que tengamos la piel más delgada?
—Las redes sociales contribuyen a la polarización, a darle voz a los grupos más radicales y a generar un ambiente histérico e hipersensible. Es malsano estar conectados permanentemente a ellas. Hay que tomarlas con calma y entender su función, pero tampoco se trata de darle más de la que tienen. No representen a la gran mayoría y en Twitter eso es evidente. Los medios de comunicación tienen que estar atentos a eso, porque muchas veces se dejan llevar por lo que es tendencia en las redes.
Entrevista publicada por Fundación para el Progreso
Deja una respuesta