La transición desde la realidad que vivimos a una que se acerque al ideal democrático, pasa por la interpretación correcta de la forma de gobierno imperante en el país. Una realidad ante la cual, según los profesores Benigno Alarcón y Ángel Álvarez, del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la UCAB, existe la tendencia a percibirla:
“…como un fenómeno inédito, cuando la verdad es que buena parte de lo que vivimos desde 1999 no es más que la aplicación de una fórmula que ha sido común entre gobiernos con vocación autoritaria a partir de la finalización de la Guerra Fría.”
Lo anterior implica que existe una caracterización, con base a estudios comparativos, del régimen gubernamental que sobrevino en Venezuela a partir de 1999. En ese sentido, los indicadores de democracia y autocracia de mayor aceptación mundial:
“…coinciden en afirmar que Venezuela no es hoy una democracia sino lo que se denomina como un régimen híbrido”.
La terminología “régimen hibrido” está directamente relacionada con el crecimiento de las llamadas democracias imperfectas, entendidas como deterioro de las democracias plenas. En este contexto, y parafraseando al profesor Alarcón, los regímenes híbridos surgieron como resultado de la ola autocrática y son la antesala de regímenes autoritarios, que se parecen menos a los de antaño y más a democracias con problemas. Noción esta última que nos acerca a nuestra realidad actual.
En Venezuela, el deterioro de la democracia electoral que teníamos desde octubre de 1958 ha sido tan violento, que pudiese interpretarse como una caída en picada, tanto así que Venezuela ha descendido más de 30 puestos en los índices de medición de la democracia, para ubicarse entre los autoritarismos que han aprendido a juzgar con las reglas de la democracia a su favor.
Lo que dieron en llamar Socialismo del Siglo XXI, en cuanto fórmula de gobierno, es uno de cuatro tipos de régimen claramente caracterizados al día de hoy, a saber: Democracias plenas, democracias débiles, regímenes híbridos o regímenes autoritarios. Específicamente sería un régimen híbrido, bajo una apariencia comprendida en la tipología de los autoritarismos establecida de cara al espectro de menor a mayor democracia y en el cual ocupa una posición intermedia.
Los regímenes híbridos o autocracias electorales del tipo “autoritarismo competitivo”, v.gr.: el caso venezolano, involucran un sistema político de gobierno que simula la democracia, en términos coloquiales, parece democracia, pero no lo es, basta darle una ojeada a su caracterización para percatarse de ello:
“…se corresponden a una categoría intermedia, de ahí la denominación de híbridos, entre autoritarismos y democracias, que se caracterizan por tomar de las democracias sus mecanismos de legitimación, principalmente, aunque no exclusivamente el sufragio, por medio del cual llegan y se mantienen en el poder, pero ejerciéndolo, una vez allí, por medios y prácticas propias de un autoritarismo.”
En opinión de Alarcón y Álvarez, el problema radica en considerar a “todos los regímenes híbridos como formas imperfectas o `moderadas´ de democracia o verlos como procesos de transición prolongados hacia la democracia”, cuando en realidad “constituyen involuciones o retrocesos desde gobiernos más democráticos hacía regímenes que utilizan la legitimación electoral para marchar hacia ejercicios de poder mucho más autoritarios como han sido en los casos de Venezuela, Bolivia y Nicaragua”.
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