La tragedia de Miami ha mantenido en suspenso al mundo, después de tantos acontecimientos tristes, suscitados por la pandemia. Escombros melancólicos esconden duros golpes a las familias. Es de tal magnitud el impacto que el propio presidente de los Estados Unidos se ha movilizado para dar consuelo a las víctimas. La enseñanza: nada sustituye la vida. El dolor y la consternación surgen ante el desastre. Se desconoce la causa real de la caída del edificio totalmente habitado y funcionando plenamente.
Cuando observamos el sufrimiento humano resaltado profusamente por los medios de comunicación, nos trasladamos a otro derrumbamiento, en este caso el de un país, que se llama Venezuela.
En escombros. Allí padecen treinta millones de habitantes. Seis aproximadamente han tenido que salir. Son incontables las familias destrozadas. Emigran en busca de futuro. La máquina arrolladora totalitaria conduce al naufragio:
Abatidos. En dos décadas han sido aniquilados por estos implacables asesinos medio millón de personas. Sin contemplación actúa el generalato rojo y la tribu miraflorina. Los paramilitares del régimen están presentes en todas las circunscripciones. Bandas armadas que controlan el territorio, sostenidas por hampones políticos: asesinan, secuestran, roban a su antojo.
Desplomados. El balance económico y social es “un colapso de proporciones bíblicas”, como lo resume la revista “nueva sociedad”. El desempeño económico es el peor del mundo y según la misma fuente, “ha sufrido una contracción de más del 50% del PIB en los últimos 5 años”. Durante el régimen han cerrado el 80 por ciento de las empresas, producto de la desgarradora pandemia comunista, con un salario mínimo de 6 dólares mensuales. Hambruna y desnutrición galopante. El régimen revivió la malaria. La pandemia es resistida por la población sin vacunas, sin hospitales, destrozados por las manos terribles de la delincuencia. Sin educación. Maestros y niños abandonados a su suerte. Universidades totalmente destruidas, sin estudiantes y sin profesores, víctimas de la miseria cruel. Atraso científico a siglos anteriores y fuga de cerebros que tanto costó formar.
Demolida. Las industrias han desaparecido, incluida la petrolera que llegó a ser la segunda productora del mundo, sustentando uno de los países más ricos hasta que surgió la catástrofe.
Hundidos. El desempleo, la inseguridad y el robo de todas las riquezas es lo que caracteriza a Venezuela. Las guerrillas con absoluto control de las fronteras y encargadas de mantener abiertos los caminos del narcotráfico, financiando grupos terroristas unificados bajo un mismo cartel, eufemísticamente llamado foro de Sao Paulo, terroristas durmientes, cumplen su trabajo en las calles de América latina y sostienen los denominados “woke”, para terminar de encender los Estados Unidos.
Despeñadero. La Constitución demolida, sin garantías de ninguna naturaleza; con tribunales al servicio del crimen, el sicariato y la tortura. La armadura de un Estado forajido, igual a sus socios cubanos y nicaragüenses, arremeten contra todo aquel que el régimen etiqueta como su enemigo. Lo último conocido es el encarcelamiento de miembros de la ONG “fundaRedes”, reveladora de exabruptos guerrilleros. Hoy son trofeos de Iván Márquez, quien ordena asesinatos desde un despacho contiguo al del tirano.
Derruidos. Todos los cimientos que sustentaban el sistema democrático han rodado como escombros terror. Las voces siguen apagándose y algunas dejan sentir un eco fallido: ¿cómo se negocia con estos monstruos?
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