La semana pasada Mark Zuckerberg anunció que la empresa que posee Facebook se llamará de ahora en adelante Meta, para reflejar el hecho que se está diversificando a un nuevo campo de negocios. Las cantidades que Zuckerberg está invirtiendo en ese nuevo producto sugieren que él espera que llegue a ser el dominante, posiblemente dejando a Facebook atrás en ventas y rentabilidad, aunque quizás no en membrecía. El hecho que Facebook haya tomado esta decisión es una señal ominosa del rumbo que está tomando el mundo actual, que está moviéndose en la dirección de una separación masiva de la realidad, especialmente en la juventud.
Esta separación ha existido siempre en las redes sociales, pero en su mayor parte de una manera moderada. Para mucha gente, de todas las edades, las redes sociales se han ido convirtiendo en medios para escaparse de la realidad, para proyectar un entusiasmo que no existe, una imagen visual photoshopeada, una actitud “cool” ante la vida que no corresponde con un vacío interno. No es exagerado pensar que la mayor parte de los usuarios de las redes las usan no para acercarse a sus amigos sino para proyectarles esa imagen que quieren tener, para conquistar el invento más rentable que las redes han tenido, el click en el “Me Gusta”.
Es obvio que las empresas que manejan las redes sociales se han dado cuenta de que un porcentaje alto de sus seguidores las buscan con ese propósito. Por eso se inventaron el “Me Gusta”. Personas que han trabajado en estas empresas han denunciado que las redes sociales, además de generar conscientemente conflictos entre los usuarios, también saben que en la creación de una competencia mortal por “Me Gusta” están arruinando la vida a muchos adolescentes.
Pero esto no es nada comparado con lo que viene —la introducción del metaverso, que pretenden recrear mundos iguales al mundo real para que la gente pueda vivir vidas paralelas en ellos, y pagar mucha plata por hacerlo— en una operación que recuerda mucho lo que han sido los infames fumaderos de opio: lugares para escaparse de la vida real y convertir ese escape en un vicio muy caro en términos de lo que se paga por ellos y de lo que se deja de hacer por estar en ellos.
En todos los multiversos hay objetos virtuales que representan la realidad, que se llaman Non-Fungible-Tokens (NFT, fichas no fungibles) y representan terrenos, apartamentos y casas para vivir en ese mundo virtual, oficinas para trabajar en él, carros y aviones para transportarse, muebles para sentarse y comer, comida para servir en los comedores y restaurantes de todo tipo de comida, terrazas para asomarse y contemplar a los otros avatares circulando por la calle, centros comerciales, etc. Todo esto es de mentira. Lo único que es real es que todo es pagado, como en la vida real, incluyendo su propia identidad, un avatar diseñado por usted mismo, que usted tiene que comprar para vivir a través de él.
Decentraland, una de las empresas, ha vendido ya más de $50 millones en tierra que no existe, con terrenos individuales virtuales alcanzando precios de $572.000 reales. Otra empresa ha anunciado que vendió en una subasta un cuadro virtual, completo con certificado de autenticidad, por $69 millones. Otras empresas han anunciado ventas de terrenos por $250.000, a un precio de $14 de verdad por metro cuadrado inexistente.
¿Quiénes comprarían estos trozos de irrealidades pagando estos precios con dinero de verdad?
Hay de dos tipos. Unos, los que se espera que mantengan el negocio creciendo en el largo plazo, son personas que no están contentas con la vida que viven, ni con las personas que son, y, como los fumadores de opio, quieren escaparse a una realidad que es sólo una ilusión. Los otros son los que saben que estos existen y compran NFTs para revenderlos a los enviciados.
Este es un signo clarísimo de decadencia. Los enviciados en estos nuevos fumaderos de opio son gente que va a ir gradualmente abandonando la vida real por las ilusiones de una vida imaginaria. Así se descuidó y degeneró China en los siglos XVIII y XIX. Roma decayó también cuando sus ciudadanos abandonaron la realidad por otras distracciones. Parece que vamos en la misma dirección. Jugar por un rato con un metaverso puede ser divertido para algunos. Enviciarse con él, así como lo han hecho con Facebook, sería una muestra de un vacío existencial.
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