Pero hay otras, decimos nosotros, que se han vuelto malditas, despreciables, satánicas, como negociación, que denota y connota todo lo malo que se pueda concebir.
Y aunque las negociaciones son algo consustancial a las políticas democráticas (y odiosas para los tiranos), se suele decir que negociar con dictadores es algo horrísono, en fin: una traición.
Entonces, cuando Churchill, Roosevelt y Stalin negociaron para salir de Hitler, los tres fueron traidores. Cuando Kissinger, Le Duc Tho y madan Thi Bing lo hicieron para acabar con la sangría de Vietnam, también lo fueron. Y desde luego el libertador Bolívar y Morillo cuando se acordaron para regularizar la guerra.
Desafortunadamente tal es el caso de la Venezuela actual. Ni nosotros hemos podido liberarnos del narcocastrochavismo, ni el régimen usurpador con su histeria represiva ha logrado derrotarnos a nosotros. No queda otra que negociar una salida para evitarle a nuestra gente más sufrimiento y humillación y, obviamente, para permitirle al pueblo resolver su destino.
La proposición de Salvación Nacional formulada por el presidente legítimo Juan Guaidó, incluye la negociación con dos objetivos: apertura urgente y sin sectarismos a la ayuda humanitaria (vacunas, comida y otros recursos) y elecciones nacionales confiables, incluso las presidenciales.
Esa propuesta que busca superar la tragedia venezolana al menor costo político y social posible, tiene el apoyo entusiasta de nuestros aliados democráticos internacionales.
Claro que, expresiones benditas como unidad nuestra, son vitales para una negociación rápida, justa y favorable.
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