El Migrante no va solo:Por el Padre Francesco Bortignon

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Con la fuerza de la esperanza, bajo el peso de la tristeza del adiós, con tantos recuerdos
enrollados entre la ropa de sus maletas, el migrante no se va solo….
¿Qué es lo más esencial que un migrante se lleva al salir de su terruño y de su País?
Siempre carga con muchas esperanzas, a veces con fácil optimismo o demasiadas ilusiones.
A veces se va con rabia y desespero huyendo del demasiado sufrir.
Puede salir con los trapos que lleva puestos o con la esperanza del apoyo de algún amigo.
Pero todo eso es muy relativo y frágil: he visto caminantes cansados abandonar sus maletas;
he encontrado personas valientes tragándose su rabia con las humillaciones sufridas; he visto a
maridos llorar por sentirse incapaces de darle de comer a la familia. Muchos sueños, esperanzas y
afectos es posible que se revienten a lo largo del camino del migrante.
Pero hay algo que se transforma en columna que lo sostiene en esa aventura a veces
adversa: eso es la Fe. Me encanta la expresión muy típica latinoamericana “primero Dios”, para
indicar la intuición de que mi vida es conducida por Dios. Esa expresión la he vuelto a oír cada día
de la boca de hombres y mujeres. Y eso no se lleva en la maleta, eso está o no está en el corazón.
La experiencia del migrante no es solo una aventura de viaje y busca de trabajo, es algo más
existencial, global, que envuelve cultura, amores, esperanzas y compromisos
Sospecho que, en la última generación del “dame, tengo derecho, el Estado me debe”, Dios
haya perdido un poco el protagonismo en la vida de algunos. Pero en la experiencia del migrante
llega el momento cuando, frente a las adversidades, o se le revienta la esperanza, o vuele a descubrir
la Fe, a sentir que solo Dios lo puede, “primero Dios”, sólo Jesús queda como Esperanza y amparo.
Es lamentable ver que de los millares de venezolanos que atendemos a diario en la
Parroquia Scalabriniana de la Dolorosa en Cúcuta, solo pocos asisten a los servicios religiosos. Es la
tendencia de una religiosidad sin ritos y sin compromisos. Pero yo notaba que cuando se ponen en
fila para el almuerzo, todos, pequeños y adultos, católicos o del culto, acompañan sin pena y con
emoción sincera una oración de gracias.
En la Casa del migrante un día un anciano me llamó a un lado, casi en secreto me mostró lo
que tenía cuidadosamente envuelto en una cubija: “Padre, qué pena, por favor me recibe esto,
porque tengo miedo se me rompa en el camino, solo me la llevaré en el corazón, para mi familia y
para todos los migrantes. Era una hermosa estatua, de 50 cm, de la Virgen del Valle. Igual, en la
comunidad de la Dolorosa, un día una señora me pidió casi llorando “Padre, perdóname”. ¿Qué te
pasó, hija? “¡Ahi, Padre! ayer moviendo el coroto, se me cayó y se reventó la estatuita de Mi Señora
de Coromoto, qué pecadito”.
El migrante no se va solo, más importante que su coroto es la Fe que carga, ojalá sea viva,
en el corazón.
Y cuanto importante es la Fe para el migrante y cómo se puede ayudar para que sepa
alimentarla oportunamente.
Pregunta muy importante para quienes emigran y para los que trabajamos con ellos. Debido
al desgaste que conlleva la búsqueda diaria de trabajo, pan, salud, techo, el migrante tiende a
concentrar su ansiedad por sus urgencias materiales. Y los que se dedican a ayudarles, generalmente,
se limitan a responder únicamente a esas peticiones materiales. ¡Error! Porque, más les das y más
te piden, como animales hambrientos, sin sentido de agradecimiento y, peor, sin ninguna piedad
con quienes a su alrededor pasan mayor necesidad.
He visto escenas de entregas de alimentos a migrantes que se han debido suspender, por
desórdenes violentos, a pesar de la presencia de la fuerza del orden. Pero he visto también personas,
después de una entrega de comida, fuera de la puerta de la iglesia, compartir leche y arroz con otros.
La diferencia está en alimentar no solo la necesidad material sino el espíritu, con un llamado a la fe,
con un ejercicio de oración que refresca los sentimientos y guía a compartir como hermanos.
Por el desgaste físico de atender a 3 o 4 mil personas diarias, sin muchos agradecimientos,
y a veces recibiendo maltratos, mis colaboradores llegaban al malhumor. Me miraban cansados,
como para decir “ya basta”.
Tuvimos que inventar una solución: señores, atendemos 400 personas por hora. Bien, cada
hora paramos 3 minutos y, micrófono a la mano, yo guío a las 400 personas que están en fila de
espera en una oración: que oren, agradezcan y pidan a Dios por sí y por los demás.
Santo remedio. Se recuperaba la calma, la paciencia y la amabilidad general.
¡No solo de pan vive el migrante! Hay que alimentarle el espíritu: hay que enseñarle el
secreto de orar que es el respiro del alma, el secreto de vivir consigo mismo, con Dios y con los
demás.
Esto es lo que encontró Scalabrini en sus visitas misioneras en EEUU y Brasil. Los migrantes
le mostraron con orgullo los templos y las tradiciones religiosas vivas, de sus tierras.
A veces pareciese que las promesas espirituales para quien busca un pan o un techo solo
parecen una distracción. La sociedad moderna quiere respuestas materiales, palpables.
Primero hay que verificar si la gente solo necesita de pan o necesita de humanidad, de
verdad, de justicia, de amor.
Como se le explicaba al niño: la sal o el azúcar, no se ven, pero se sienten y son sustanciales.
Material y espiritual, ciencia y fe: volveremos a esa reflexión, como prometido, al reflexionar
sobre la vida y el testimonio de nuestro Beato José Gregorio Hernández.
¿Cuál era la preocupación principal de Scalabrini a propósito del migrante?
Scalabrini tenía dos preocupaciones fundamentales: la protección (diríamos hoy) de los
derechos humanos y la conservación de la Fe.
A raíz de su encuentro con los migrantes en la estación de Milano, escribe “me alejé
emocionado, pensando cuantos sufrimientos, cuantas privaciones, cuantos desengaños… veo a
aquellos desdichados desembarcar en tierra extranjera, fáciles víctimas de especulaciones
humanas; los veo bañar de sudores una tierra ingrata y suspirar por el cielo, la familia y la patria y
su antiguo hogar”.
Hace más de 120 años atrás Scalabrini veía lo que los misioneros oímos y tocamos hoy en
las fronteras de Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Brasil: el abuso laboral, el maltrato, la xenofobia,
los prejuicios, y frente a eso actuamos con concretas acciones de protección.
Como Pastor, además, Scalabrini se preguntaba: “Cuántos, al encontrar el pan del cuerpo,
faltarán del pan del Espíritu”? Cuando un joven le trajo la carta de unas familias paisanas desde las
orillas del Orinoco diciendo “dígale a nuestro obispo que nos mande un sacerdote porque aquí se
vive y se muere como bestias”, Scalabrini comentó: “eso me suena a reproche”, y volvió a despertar
su vocación misionera que había sentido desde joven.
No se trata, como advierte Papa Francisco, de ser una ONG humanitaria, comprometida en
lo social, sino de una atención global, una espiritualidad encarnada, comprometida con el bienestar
integral de las personas.
El valor agregado del mensaje cristiano está en acompañar el desarrollo integral de la
persona, en su cultura, sus habilidades y su esperanza, con amor. Le brindamos a la persona el
sentido de pertenencia a una iglesia, a un pueblo de esperanza; le hacemos sentir que la persona
vale más que su mera capacidad de producción y su dignidad, como hijo de Dios, trasciende idioma,
raza o frontera. Muchos pueden trabajar por la justicia y los derechos humanos, los cristianos
cimentamos nuestra labor en la caridad, en la certeza que aquel que ayudamos es el mismo rostro
de Cristo Jesús.

P. Francesco Bortignon
Misionero de San Carlos – Scalabriniano
Iglesia San Antonio – Valencia – Edo. Carabobo
bortignonfrancesco@hotmail.com / mls_valencia@yahoo.com

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