#Opinion: El regreso de La Salida, un imperativo para derrotar a la dictadura chavista

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Como algunos políticos y politólogos se tomaron el cuidado de tratar de convencerme –inmediatamente después de conocerse que la MUD se iba a las regionales y abandonaba la calle– que estábamos frente a la derrota definitiva de “La Salida” y no quedaba sino rezar porque Dios la mandara al purgatorio y no al infierno, hoy, cuando podemos afirmar que dejar la calle resultó un error colosal y participar en las regionales otro más colosal aún, tendría que echar mano a mi paciencia más santa para explicarles a tan diligentes profetas que los que no gozan de buena salud son los dirigentes de la MUD y que habría que rogarle al Señor, no que los remita entre las ánimas que penan por su llegada al cielo o las condenadas irremisiblemente al averno, sino a una rectificación política que los gane para la idea de que una dictadura marxista puede derrotarse en unas elecciones, pero si se les ata las manos para que no cometan las trampas, trapacerías, estafas, fraudes y todo cuanto puede ocurrírseles a unos comisarios que viven solo para delinquir

Estos, por lo menos, son las ideas y sentimientos que deduzco –y me esfuerzo por traducir en mi lenguaje coloquial de periodista– de los actuales dirigentes de La Salida: Antonio Ledezma y María Corina Machado, quienes, el primero, en un documento memorable, “La MUD debe ser reconducida”, y la segunda, en una rueda de prensa que dio la vuelta al mundo, no llamaron a cortar cabezas entre los responsables de llevar al país a una catástrofe tan inmerecida como innecesaria, sino a una rectificación urgente, donde, se reconozcan los errores y sus autores y se formulen los cambios que en pocos meses –o quizá de semanas– vuelvan a ponernos a la ofensiva.

Creo que nada es tan importante como insistir en la necesidad de que los dirigentes de la MUD afiliados a la tesis de “participar en elecciones sin garantías”, como Henry Ramos, Julio Borges, Henry Falcón, Manuel Rosales (y ahora Leopoldo López) comprendan la naturaleza esencialmente perversa y cruel de una dictadura marxista, que, en todo, ya se trate de acciones políticas, económicas, sociales y morales va actuar para perpetuar un régimen o modelo que, al par de garantizarles el control absoluto de un país, somete a la sociedad a una reingeniería donde los hombres dejan de ser hombres.

Fue una verdad que intuyeron ya en el siglo XIX los sociólogos italianos Wilfredo Pareto y Gaetano Mosca, y después incorporaron al ideario de la “Guerra Fría” los politólogos norteamericanos, George Kennan y James Burham, pero que solo cuando dos políticos providenciales estuvieron, uno en la Santa Sede y otro en la presidencia de los Estados Unidos, Juan Pablo II y Ronald Reagan, produjeron el milagro de que el más grande peligro que ha conocido la humanidad, el comunismo soviético, fuera despedazado.

De todas maneras, pasó más de medio siglo para que la curia romana y el liderazgo de la democracia más poderosa del mundo, para que sus Papas y sus presidentes, entendieran que una nueva versión del mal, cercana al mal absoluto, especialmente feroz e implacable, había aparecido sobre la tierra y que si no se acumulaban las fuerzas y la decisión necesarias para destruirlo, serían los comunistas quienes harían del planeta un horror como los que hoy se viven en Cuba y en Corea del Norte.

Nada diferente, entonces, a como reaccionaron los demócratas venezolanos ante la aparición de Chávez y el chavismo –primero, durante la frustrada intentona golpista del 4 de febrero de 1992 contra el Gobierno constitucional del presidente Carlos Andrés Pérez, y segundo, después de ganar las elecciones presidenciales de diciembre del 1998–, y para muchos de los cuales no había que hacer tanto caso de lo que hiciera y dijera Chávez, pues “se trataba de un muchacho campesino bien intencionado que, en cuanto conociera las mieles del poder y se alejara de las influencias malignas de Manuel Marulanda de Colombia y los hermanos Castro de Cuba, caería rendido a los pies de la Constitución, la democracia y la libertad”.

Y como el teniente coronel golpista, y ya presidente, no trajo en sus alforjas un modelo totalitario, socialista y militarista puro y simple, sino un híbrido que tejía una telaraña que combinaba hebras autoritarias y hebras constitucionalistas, pues lenta e implacablemente fue tragándose la democracia, mientras muchos demócratas, no solo no lo percibían, sino que lo aplaudían.

No me equivoco si afirmo que este fue tanto el clima psicológico como ideológico y político que moduló las relaciones de todos los líderes opositores y dirigentes de la MUD en sus distintas épocas, con Chávez primero y después con Maduro, y creo que duró hasta el domingo pasado, cuando la pezuña de la bestia o la garra del depredador vino otra vez a decirle a los venezolanos que con los comunistas no se juega, a menos que se tenga vocación de mártir para la inutilidad y la irredención.

De todos, menos de Antonio Ledezma, María Corina Machado y Leopoldo López, quienes, por distintas vías y diversos aprendizajes calaron profundo en la naturaleza feroz y criminal del castrochavismo y han pagado con represión, violencia y cárcel su decisión de enfrentarlo, y de fundar partidos para que los venezolanos que se integran a sus filas (y que hoy son mayoría), no empleen su tiempo en otra pasión que no sea la de librar a Venezuela de la peor catástrofe que ha sufrido en toda su historia

 

Fuente: Panampost

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