Bélgica es el epicentro del terrorismo islámico en Europa

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De nuevo el terrorismo islámico asesina a inocentes y conmociona al mundo con imágenes de una brutal carnicería en el centro de una capital europea. Bruselas, sin embargo, más allá de ser la capital de Bélgica y la capital de facto de la Unión Europea, se ha convertido también en la capital europea del islamismo radical y violento.

Los ataques contra la revista Charlie Hebdo, el ataque frustrado en un tren Thalys que cubría la ruta Amsterdam-París, los ataques del pasado noviembre en la capital francesa y, presuntamente, los ataques de hoy, todos tienen vínculos con Molenbeek, un municipio de Bruselas que se ha vuelto sinónimo del extremismo islámico en Europa.

En noviembre del año pasado, el periodista alemán Hansjörg Müller, en una columnapublicada en el PanAm Post, se refirió a Molenbeek como el reflejo de un fallido Estado belga:

cuando se supo que los canallas islamistas que atacaron París el 13 de noviembre (del 2015) habían planeado sus agresiones en Molenbeek, los críticos se refirieron a la debilidad del gobierno belga…

La revista digital Politico.eu luego declaró que Bélgica era un “Estado fallido,”, un término usualmente reservado para países devastados por la guerra como Afganistán o Somalia. El periodista francés Eric Zemmour incluso sugirió que Francia debería reaccionar a los ataques terroristas en París al bombardear Molenbeek, mas no la ciudad siria de Raqqa.

Müller concluye que, para entender los fracasos del Estado belga, hay que tener en cuenta que, históricamente, Bélgica “fue una creación política impuesta de arriba hacia abajo sobre la gente por un Estado centralizado”.

Bélgica es un país inventado

Bélgica como país no existía hasta su creación artificial en 1830; el nombre fue tomado de una provincia romana. La nación belga surgió de una revolución contra la monarquía de Carlos X(1824-1830) de Francia; “Bruselas miraba hacia París en ese entonces tal como lo hace ahora”, escribe Müller. Pero el país fue fundado como una monarquía bajo un rey alemán: Leopoldo I (1831-1865) (Leopold von Sachsen-Coburg und Gotha).

El pilar que sostuvo a la monarquía belga fue una alianza entre católicos y liberales: los mercaderes flamencos de Amberes en la costa y los industriales francófonos dueños de las minas del sur.

No obstante, el francés era el idioma de la clase dirigente: políticos, empresarios y profesores universitarios tenían que ser francófonos para avanzar sus carreras, mientras que el holandés siguió siendo el idioma de una mayoría campesina y sin grandes oportunidades. Solo en 1888 se convirtió el holandés en un idioma oficial, pero de segundo rango.

Las eternas rivalidades nacionalistas

Este es el origen de las luchas nacionalistas e independentistas entre valones y flamencos que aún dominan la política belga. Después de las elecciones nacionales del 2010, los políticos belgas tardaron 589 días en formar un gobierno, rompiendo el récord mundial entre las democracias. Mientras tanto, los partidos pro-Flandes y pro-Valonia se reprochaban mutuamente y perpetuaban sus riñas históricas, debatiendo asuntos como “el imperialismo cultural francófono que buscaba imponer el lenguaje gálico en Flandes y la colaboración flamenca con los Nazis en la Segunda Guerra Mundial”, como reportó el diario Daily Telegraph.

Cuando la Wehrmacht alemana invadió Bélgica en 1940, explica Müller, dos grupos de nacionalistas flamencos recibieron a los agresores con los brazos abiertos, haciendo un pacto faustiano inspirado por el odio hacia sus compatriotas francófonos. Esto garantizó la hostilidad entre los dos grupos lingüísticos principales de Bélgica en la posguerra, una discordia aliviada solo por la transferencia de fondos de la industria del acero desde Valonia hacia Flandes.

Valonia, sin embargo, dejó de ser una potencia de producción del acero en la década de los 80, y la región se convirtió en “sinónimo del fracaso económico” según el Financial Times. Al mismo tiempo, la economía de Flandes empezó a crecer continuamente gracias al sector de servicios. Hoy, Flandes genera el 57% del PIB de Bélgica, y muchos nacionalistas flamencos piensan que, con sus impuestos re-dirigidos hacia Valonia, están “pagando las cuentas de quienes amedrentaban a sus ancestros”, como nota Müller.

La irresponsabilidad de los políticos belgas frente a la inmigración

Los políticos belgas, conscientes de que donde hay odio también hay votos, han hecho carreras enteras alrededor del nacionalismo y la repartición del botín del Estado de bienestar entre grupos étnicos. La consecuencia inevitable es un Estado grande y de muchas maneras disfuncional. Como explica Politico.eu,

Bélgica tiene ocho parlamentos (el federal, tres regionales, tres de comunidades lingüísticas y el europeo), 19 municipios con 19 alcaldes solo en Bruselas y seis fuerzas de policía. Y estas instituciones frecuentemente no se comunican unas con otras ni comparten información… (sino que) permiten que quienes tienen poder puedan mirar hacia el otro lado cuando surge un problema espinoso.

Dada la disfuncionalidad de sus instituciones, Bélgica estuvo particularmente mal preparada para recibir la ola de inmigrantes que llegó al país en los 1960, cuando el gobierno impulsó programas de trabajadores extranjeros invitados para suplir la escasez de la mano de obra. Miles de esos inmigrantes eran del mundo musulmán, especialmente del norte de África, y muchísimos decidieron permanecer en Bélgica. Ya en 1993, el socialista Philippe Moureaux, recién electo alcalde de Molenbeek, dijo que su municipio era “completamente incapaz de asimilar nuevos inmigrantes”.

Según Politico.eu, Moureaux pronto cayó en cuenta de que podía mantenerse en el poder con el apoyo de la comunidad inmigrante. Así que apoyó el movimiento para brindarles a los recién llegados la ciudadanía y el derecho al voto. La población de Molenbeek creció 30% en 15 años – hoy en día el 40% de la población es musulmana – y el municipio se volvió “una base para los yihadistas en retirada” en palabras del parlamentario Georges Dallemagne.

Carte blanche para los salafistas saudíes

Aparte de la incompetencia local en Molenbeek, el gobierno belga implementó desastrosas políticas nacionales que fomentaron el radicalismo islámico. En 1969 el gobierno de Arabia Saudita, con permiso del Estado belga, el cual quería fortalecer sus vínculos con el reino para obtener acceso a petróleo barato, abrió el Centro Cultural Islámico de Bélgica en el Parc du Cinquantenair de Bruselas. El propósito del centro era diseminar las enseñanzas del salafismo, una secta fundamentalista suní que aboga por el retorno al Islam “puro” del Corán y de las acciones y palabras del Profeta Mahoma (sunna).

Según el diario francés Libération, “la Gran Mezquita de Bruselas ha sido un santuario salafista durante30 años, ofreciendo un suelo fértil para sus redes”. Por su parte, Deutsche Welle reporta que “los belgas les permitieron a sus amigos saudíes entrenar a los imanes” por fuera de Bélgica, “para que predicaran frente al creciente número de inmigrantes (musulmanes) que ingresaban al país. Esto le dio una carta blanca a la Casa de Saud para extender el mensaje del salafismo” desde Bruselas.

Politico.eu agrega que los salafistas lograron que más de 600 maestros entrenados bajo sus preceptos fueran empleados en escuelas belgas. Del movimiento salafista también surgió un grupo radical llamado Sharia4Belgium, el cual abogaba por la pena de muerte para los homosexuales, el fin de la democracia y la implementación de la ley sharia en Bélgica.

Tras incitar disturbios en Molenbeek en el 2012, Sharia4Belgium fue catalogada como una organización terrorista que reclutaba y radicalizaba a la juventud, y su líder fue sentenciado a 12 años en prisión en el 2015. No obstante, de los más de 400 ciudadanos belgas que viajaron a Siria y sus alrededores para formar parte del Estado Islámico – Bélgica tiene la participación per capita más alta de Europa – muchos tienen vínculos con Sharia4Belgium.

La incompetencia de la fuerza pública

La voluntad política para enfrentar a un desenfrenado radicalismo islámico llegó tarde a Bélgica; el entonces Primer Ministro Guy Verhofstadt tomó los primeros pasos en el 2005. Por otro lado, la fuerza pública belga no es exactamente el apogeo de la competencia. Según el analista Bilal Benyaich del Itinera Institute,

hay un problema de comunicación entre la policía y los ciudadanos porque muchos de los policías no son de Bruselas. Vienen de Flandes o Valonia y no conocen la cultura urbana de Bruselas; no conocen a las comunidades musulmanes de la capital.

El terrorismo islamista no discrimina entre flamencos y valones. Su violencia total contra las libertades básicas de la civilización occidental no reconoce pequeñas diferencias lingüísticas. Tristemente, mientras los políticos belgas se cobijaban con el regionalismo para enfrentarse entre sí durante décadas, ignoraban por completo que el verdadero enemigo común estaba fortaleciéndose lentamente en el corazón de Bruselas.

Fuente: http://es.panampost.com/

 

 

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