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Opinión: El fetichismo de las redes por Ángel Daniel González

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El fenómeno de las redes sociales, y toda la avalancha de información sobre y alrededor de estas, han logrado posicionar su imagen, su importancia y su deseo delante de la comunicación misma. Las redes y las tecnologías de la comunicación digital se nos presentan como si fueran ellas por sí mismas lo único que es necesario conocer y “pensar” cuando se habla de comunicación. Si quieres o pretendes saber de comunicación tienes que ser “experto en redes sociales”. Y no solo eso. Ahora, si quieres ser político y tener éxito lo único de lo que debes preocuparte es de asegurar una óptima gestión de la comunicación vía redes.


El hecho de que Donald Trump ganara la elección presidencial de Estados Unidos parece haber sido el detonante para que el pánico universal de quienes se sentían seguros y progresistas con un Gobierno demócrata en la Casa Blanca permitiera consolidar el lugar de las redes sociales como centro del nuevo fetiche ideológico. Fue algo así como “la demostración concreta del poder de las redes”. En lugar de analizar por qué los gringos votaron realmente por Trump, mejor fue divulgar vertiginosamente la tesis de que este señor ganó “por su uso manipulador” de las redes sociales. La llamada “opinión pública” vibró. Comprender ese poder de las nuevas tecnologías de la comunicación se volvió en menos de un año el principal problema de la humanidad.

Resulta que esta situación en nuestra sociedad realmente no es nada nueva. Hace 40 años el filósofo venezolano Antonio Pasquali criticaba, con extraordinaria lucidez y robustez teórica, el fetichismo de los medios, esa inversión del principio de actividad que lo traslada de los seres humanos a las nuevas tecnologías y las convierte así en seres vivientes mientras nosotros pasamos progresivamente al sueño insomne de la expectación. Dice Pasquali: “Es cuando se confunde –deliberada o inconscientemente– la función con el órgano accesorio, la comunicación con sus medios. Puesta la carreta delante de los bueyes, se adopta la hipótesis apriorística de que el verdadero problema de la comunicación humana habría nacido con el advenimiento de los nuevos ‘medios’ de sus explicadores y exegetas”.

Ahora mismo, nos empeñamos en “comprender” las redes sociales, sus usos y posibilidades, dejando, una vez más, de lado la comprensión de la comunicación y la reflexión en torno a sus dimensiones sociales y políticas. Volvió por sus fueros la tesis ideológica de Marshall McLuhan de que “el medio es el mensaje” y por lo tanto había que “comprender los medios”. Se trata nuevamente de una imposición: “Las nuevas tecnologías son inventadas y exhibidas como si se tratase de productos independientes y autónomos capaces de generar luego, por irreversible y espontánea evolución, nuevas sociedades y nuevas condiciones humanas”. El encandilamiento hace que se olvide pensar en los contenidos de los mensajes y en quién controla el medio e impone su ideología.

No se trata de desechar los conocimientos tecnológicos y la reflexión sobre sus alcances y consecuencias. Se trata de no caer por esto en el objetivo ideológico del imperio, que produce, domina e impone los desarrollos técnicos con arreglo a sus intereses de poder. Se trata de estar alertas y no caer en el fetichismo de las redes, y recordar que “el fuerte reinventa constantemente el mito de alguna omnipotencia para controlar mejor al oprimido”.

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